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NICO BRUTTI La niña de Fuego te marca la piel. Te estremece y te emociona, enciende hogueras para que, si puedes y si eres capaz de semejante prodigio, te encargues tú de apagarlas. La noche del viernes, el espacio de ses Voltes quedó pequeño (como el sonido) o la cantante juega de verdad en las grandes ligas. Y quedó demostrado que no sólo juega, sino que gana. Con un repertorio que se mueve entre la copla y las bulerías, el tango y la rumba, la ranchera y la guajira, todo sabiamente rociado con un deje de jazz (ante todo de latin jazz) y de quejío (su arma más eficaz), que mantuvo por dos horas desgarrándose y haciéndonos añicos.

Apoyada por el sonido de un íntimo y exquisito piano; de un bajo muy jazzero; de la percusión flamenca; de las congas, de la trompeta y de un batería insuperable, Buika abrió el set con Tú volverás, La falsa moneda (una joya imperdible), Ay de mi primavera y Mi niña Lola.

Era sólo el principio y ya estábamos devastados. Miénteme bien, una ranchera de Concha donde se mezclan tequila, sal y tripas; un tema que compuso una noche por despecho, cuando Chavela Vargas, recién llegada a Madrid para actuar, después de escucharla susurrar Ojos Verdes a capela, decidió no invitarla a su escenario. Le siguieron, Culpa mía, bulerías compuestas por Javier Limón; Arboles de agua; Volverás volverás y otra ranchera para Vargas, pero esta vez homenajeándola. La niebla, de David Trueba; Nostalgias, remixado y reconvertido en un tango con un aire caribeño y al mismo tiempo jazzeado con Buika protagonizaron uno de los mejores momentos del concierto.

Si algo le faltaba a la noche, eso era la rumba No habrá nadie en el mundo, con el mecanismo de relojería que es la batería del Negro Hernández (mejor percusionista del mundo en latín jazz, habitual de Carlos Santana), y que hizo bailar a todos. Y nos fuimos paladeando algo poco visto. Un milagro para cinco mil personas.