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La ventaja de los robots es que nunca se equivocan, no piden permisos de maternidad ni vacaciones, no se pelean ni discuten con otros trabajadores, no se deprimen, no necesitan coaching y encima no se ponen en huelga.

El mundo va a robotizarse y muchos empleos con tareas rutinarias serán sustituidos por robots o brazos articulados en pocos años. El problema que empieza a debatirse es cómo podremos sustituir las cuotas de la Seguridad Social y los impuestos pagados por los actuales trabajadores con otros ingresos y hasta qué punto la automatización y la digitalización productiva pueden aumentar las desigualdades económicas y sociales.

La respuesta a estas preguntas es doble. Por un lado la posibilidad de introducir impuestos sobre los robots y, por otro lado, extender una renta mínima social para compensar las desigualdades. Frente a estos dos argumentos cabría una visión más liberal en la que se defendiera el libre funcionamiento de los mercados junto al refuerzo de una “red de protección contra la adversidad” en palabras de Hayek.

Curiosamente, el pasado día 16 el Parlamento Europeo aprobaba una resolución presentada por la eurodiputada Mady Delvaux que tras dos años de estudios concluía la necesidad de empezar a resolver estos problemas estableciendo una regulación sobre máquinas inteligentes que prevea entre otros aspectos su responsabilidad civil y legal, el grado de privacidad de los datos, un código ético sobre su funcionamiento o la posibilidad de que su actividad sea gravada por impuestos. En el futuro podríamos llegar a tener personas, físicas, jurídicas y electrónicas, con diferentes derechos, impuestos y obligaciones (por ejemplo: la obligación de poseer un botón de desconexión).

Curiosamente, pocos días después, Bill Gates contribuía a alimentar este debate al defender la ralentización del proceso innovador como respuesta a estos problemas. Como explicaba Gates, si un robot sustituye a un trabajador que cobra 50.000 dólares, ¿quién pagará su pensión si la Seguridad Social y el Estado dejan de percibir sus cuotas e impuestos? O dicho de otra forma, ¿de qué vivirán los 7,1 millones de trabajadores que perderán su empleo según las conclusiones de la Cumbre de Davos debido a las mejoras tecnológicas si la implementación estas solo generan 2,1 millones de nuevos trabajos? Y esos 5 millones de trabajadores de 2017 pueden ser cientos de millones en las próximas décadas, aumentando las desigualdades sociales entre los que trabajen con nuevas tecnologías y los perdedores de la revolución robótica.

Tendremos que acostumbrarnos a que cada vez se necesitará menos trabajo. Desde el año 2000 al 2010 el 70% del aumento de renta en Estados Unidos se ha producido gracias a las mejoras de los sistemas y procesos tecnológicos. Pero el ritmo de aumento de la productividad es superior a la demanda de trabajadores cualificados. ¿Debemos por ello limitar el crecimiento de la tecnología? Desde el siglo XIX, cuando los economistas clásicos discutían sobre la inevitabilidad el estado estacionario (David Ricardo) o la conveniencia de abolir las leyes de pobres (Malthus) para frenar el crecimiento de la humanidad y liberarla de sus miserias, son muchos y repetidamente los que han minusvalorado el poder de la innovación y de los mercados para conseguir el progreso de la humanidad. Por tanto, recuerde que la palabra Robot es un palabra checa que significa “trabajo duro”, si es así, ¿por qué nos empeñamos en trabajar pudiéndolo hacer las máquinas?