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El otro día recibí una llamada de una chica que había pactado con el banco una dación en pago en fechas muy recientes. Junto con su expareja financiaron hipotecariamente la compra de una casa y por el devenir de los acontecimientos no pudieron cumplir con sus obligaciones crediticia y pactaron una dación en pago, mediante la cual la entidad financiera adquirió la propiedad de la vivienda hipotecada y aceptó saldar la deuda.

Hasta aquí, lo que miles de familias en nuestro país han vivido, de forma directa o indirecta. Lo que a continuación pasó es lo que justifica este artículo. En la mente de una persona que acaba de pasar por el trance de perder su vivienda a cambio de quedarse libre de cargas no parece que haya lugar para proyectos de más endeudamiento, al menos a corto plazo. Y sin embargo así era: pretendía conseguir una nueva hipoteca, ya que “estar de alquiler es tirar el dinero”. Como asesor hipotecario independiente que pretendo ser, le hice la única recomendación que concibo en su situación: esperar a tener algo de dinero ahorrado y una situación económica estable. No era el momento de pedir una nueva hipoteca. Lejos de agradecerme el consejo, se enfadó.

Que las entidades financieras no han cumplido adecuadamente su función de conceder crédito responsable a sus clientes lo certifican más de 60.000 millones directos y 122.000 millones comprometidos por el Estado en el rescate del sector de bancos y cajas. Tampoco los solicitantes de crédito hemos sido de forma generalizada lo prudentes que hubiera sido deseable, unas veces por excesiva confianza en el banco que nos dejaba dinero (si el banco nos da una hipoteca, “será que la podremos pagar”), otras por desconocimiento de las obligaciones que asumíamos, por nuestro déficit en educación financiera, y algunas por imprudencia, inconciencia y otros deméritos como la avaricia o la arrogancia.

Errores que antes de la crisis se podían disculpar en buena medida, pero que tras los acontecimientos vividos, los dramas acaecidos y las noticias aparecidas, no tienen perdón. Endeudarse vía tarjeta de crédito, préstamo personal o hipotecario no debe hacerse sin la debida diligencia, formación, información y, si es preciso, asesoramiento externo de profesionales. Pedir dinero a crédito es una forma de viajar en el tiempo: podemos comprar bienes y servicios antes de que nuestro trabajo nos permita tener el dinero para hacerlo. Un viaje en el tiempo que tiene un precio, en comisiones e intereses a pagar. Si somos unos viajeros monetarios responsables, valoraremos la importancia de la actividad que financiamos, nuestra capacidad de devolver el dinero sin sufrimiento financiero innecesario y las otras opciones que tendríamos si no nos hubiéramos endeudado. Pedir dinero a crédito supone tener que dedicar horas de trabajo que quitamos a los nuestros, para devolver el capital y los intereses. Viajar en el tiempo para comprar una casa ahora, irnos de viaje o adquirir un vehículo no es gratis: pagamos en tiempo que no podremos dedicar a los nuestros, además de en esfuerzo propio para generar los ingresos futuros que nos permitirán hacer frente a las deudas contraídas.

Prevenir el sobreendeudamiento de una familia es ganar horas para disfrutarla. No repitamos los errores del pasado.