Era el 2 de marzo de 1905. Pedro Caldentey, gran espeleólogo y
pionero del turismo en Mallorca, buscaba por las tierras de Porto
Cristo onix, una clase de mármol característica de esta zona.
Durante esta búsqueda realizó un espectacular descubrimiento: las
Coves dels Hams, un fenómeno natural que con el paso del tiempo se
convertiría en un reclamo turístico. Cinco años más tarde, las
abrió al público y las visitas se realizaban con luces de carburo.
En 1912, se realizó la primera instalación eléctrica alimentada por
un salto de agua. En 1953 se puso en marcha la instalación
eléctrica actual, una magia de luz y color, obra del hijo del
descubridor, Lorenzo Caldentey. Ayer se cumplió el primer
centenario de estas cuevas, famosas por sus particulares
formaciones arborescentes y por su espectacular lago subterráneo
llamado el «Mar de Venecia», donde se ofrecen conciertos de
música.
Las cuevas han pasado de generación en generación; así en la
actualidad están gestionadas por el nieto del descubridor que lleva
su mismo nombre. El centenario se celebrará a nivel familiar,
aunque al mismo tiempo se están realizando una serie de obras para
mejorar las instalaciones de cara al público. Las cuevas están
formadas por estalactitas, formaciones que bajan del techo, que son
huecas, y estalagmitas que son macizas y se forman gota a gota por
el agua que se va destilando de las primeras. La unión de
estalactitas y estalagmitas se denomina columna. Hay columnas
partidas debido a temblores de la tierra en épocas pasadas. El
crecimiento medio de estas formaciones es de un centímetro cada 30
años. El origen de estas cuevas se remonta a la era terciaria. En
el techo de las mismas se aprecian los tres colores básicos de los
diferentes materiales de la cueva: el blanco es carbonato cálcico,
el gris o gris verdoso es óxido de cobre o vegetación subterránea
que se forma por la humedad, el calor y la luz de las lámparas, y
el marrón que es óxido de hierro. La mayor profundidad de la cueva
es de 30 metros, a nivel del mar. La temperatura es de entre 18 y
20 grados, tanto en invierno como en verano, y la temperatura es de
un 75 por ciento. El recinto, de unos 500 metros, está compuesto
por 17 salas, 13 de ellas de importantes dimensiones. La más
emblemática es «El sueño de un ángel», sala que da nombre a las
cuevas, ya que en su interior hay figuras con forma de anzuelos
(«ham» significa anzuelo en catalán). También tiene una relevancia
significativa la sala «2 de marzo», un homenaje a la fecha del
descubrimiento. Aunque en la actualidad, es la última sala del
recorrido, se trata del lugar por el que Pedro Caldentey descubrió
las cuevas. También hay una de ellas dedicada al escritor inglés
Milton, del que el descubridor era un gran admirador, que se llama
«El paraíso perdido». La «Sala de las lechuzas» es anecdótica, ya
que cuando se descubrieron las cuevas se encontraron ejemplares de
esta especie de aves en su interior que habían entrado por un
conducto que comunica con el exterior y que actualmente es un
conducto de ventilación.
Durante el recorrido, la imaginación es fundamental, ya que
gracias a ella, el visitante pude ver diferentes formas en las
formaciones que presenta la cueva. Así, podemos contemplar desde un
pan en el horno, un perro, un belén de Navidad, el busto de la
vírgen de Montserrat de Barcelona «La Moreneta», un palacio
imperial, árboles cipreses, ...
Samantha Coquillat
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