La resurreción es un tema que suscita mucho interés. | Freepik

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¿Existe la resurrección o son fallos médicos? Esta pregunta ha saltado a la palestra después de que el pasado fin de semana se firmase el certificado de defunción de una mujer, que se encontraba ingresada en el hospital Joan March. Sin embargo, cuando la llevaron al tanatorio y se disponían a retirar las sábanas, descubrieron que los dedos de la ‘difunta’ se movían. Un facultativo comprobó que tenía pulso y que la mujer estaba viva, por lo que se ordenó el traslado urgente hasta el hospital. El domingo falleció y la familia no va emprender acciones legales contra la doctora que certificó su fallecimiento a pesar de que estuviera viva. «Lo que ha pasado con mi madre no tiene que empañar el trabajo que hacen en el hospital Joan March», explica la hija de la víctima, que ha trabajado 25 años en Son Llàtzer, y prefiere no revelar su identidad.

¿Qué sucedió realmente? El especialista en Salud Pública y Medicina Preventivas, Joan Carles March, aclara que la resurrección no existe, pero precisa que desde 1984 lo que sucedió el pasado sábado en Palma también le ha ocurrido, al menos, a 63 pacientes más. En este sentido, precisa que «el 35 % de supuestos resucitados sobrevivió hasta el alta del hospital y, en la mayor parte de las ocasiones, sin secuelas neurológicas».

En este sentido, expone que «se han barajado varias hipótesis plausibles al fenómeno, aunque por sí solas no han logrado explicar la totalidad de los casos documentados. Una de ellas tiene que ver con un posible efecto retardado de los fármacos utilizados durante la reanimación, como la adrenalina. Otras posibles explicaciones al fenómeno se han relacionado con la presencia de marcapasos funcionantes o la autorreperfusión miocardiaca tras el desprendimiento de placas de ateroma en las arterias coronarias». Sin embargo, subraya que «la hipótesis más razonable apuntaría a la existencia de un aumento de las presiones intratorácicas producida por la ventilación artificial. Este proceso podría desencadenar una disminución de la perfusión coronaria y el cese de la actividad del corazón. Al dar por finalizadas las maniobras de reanimación se provocaría la disminución la presión intratorácica y, tras ello, la recuperación espontánea del movimiento mecánico del corazón».

March explica que «la posibilidad de que los muertos retornen a la vida ha quitado el sueño a los humanos desde la época medieval hasta principios del siglo XIX. Pero, si una persona está biológicamente muerta no es reversible porque se ha producido muerte cerebral». En este sentido, señala que «a lo largo de la historia la forma de diagnosticar la muerte de una persona ha sufrido variaciones. Durante siglos se aceptó que la ausencia de respiraciones, de pulso, de latidos y de reacción a estímulos eran signos inequívocos de fallecimiento. Sin embargo, esos criterios no siempre eran determinados por un médico cualificado y podía existir cierta desconfianza en el diagnóstico».

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March añade que «bajo esas circunstancias, y en aras de evitar el error de dar sepultura a alguien dado por muerto por error, nace la tradición del velatorio, cuya duración varía, según las culturas, entre uno y tres días. De hecho, en España, hasta el año 2011 era necesario esperar 24 horas antes de proceder al enterramiento de un cuerpo. Actualmente, la ciencia y la tecnología están suficientemente avanzadas como para no cometer errores de esa naturaleza».

Proceso de muerte

El prestigioso experto insiste en que «la resurrección de cadáveres hace mucho tiempo no se considera posible en el nivel actual de conocimiento científico. La descomposición empieza unos minutos más tarde de la muerte con un proceso llamado autolisis o autodigestión. Poco después de que el corazón se pare, las células se quedan sin oxígeno y su acidez aumenta a medida que los derivados tóxicos de las reacciones químicas se acumulan en su interior. Las enzimas comienzan a digerir las membranas celulares antes de filtrarse por las células rotas. El proceso suele empezar en el hígado, rico en enzimas, y en el cerebro, que tiene un alto contenido en agua. Finalmente, todos los tejidos y órganos se colapsan del mismo modo. Rotos los vasos sanguíneos, las células se depositan, por efecto de la gravedad, en los capilares y las venas pequeñas, decolorando la piel. La temperatura corporal empieza a caer también, hasta adaptarse al entorno. Es el momento del rigor mortis, que comienza por los párpados, la mandíbula y los músculos del cuello y sigue con el tronco y las extremidades».

March precisa que «en un cuerpo vivo, las células musculares se contraen y se relajan gracias a la acción de dos proteínas filamentosas, que se deslizan a la par. Tras la muerte, las células se ven privadas de su fuente de energía y los filamentos proteicos quedan inmovilizados. Esto provoca la rigidez de los músculos y la parálisis de las articulaciones».

Es importante tener en cuenta que «el ecosistema del cadáver está formado, sobre todo, por bacterias que viven en el cuerpo humano vivo. Nuestro cuerpo alberga una enorme cantidad de bacterias. Cada superficie, cada rincón del cuerpo es un hábitat para comunidades de microbios específicas. Con diferencia, la mayor de estas comunidades está en el intestino, donde residen billones de bacterias de cientos o miles de especies diferentes».