Con este proyecto, Hato Gató está recuperando la tradición de las canciones populares que cantaban las mujeres del campo en las fiestas y reuniones sociales. Todo el mundo estaba invitado a tocar. La idea es volver a expandir esta costumbre en nuestras calles. | Pilar Pellicer

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«Gatoro gatoro gatí gatí, ti ti tó, ti ti tó». Una quincena de personas, sentadas en corro y rodeadas de panderos, cajones, bombos, panderetas, tinajas, conchas y todo tipo de instrumentos de percusión, repasan en voz alta el pasaje de una canción antes de empezar a tocar. «Son onomatopeyas: cada sílaba representa un tipo de golpe en concreto, y de hecho, de ahí viene parte del nombre de este colectivo: ‘gató', en juego de palabras con el postre típico mallorquín. ‘Hato', por su parte, es una palabra casi en desuso que indica grupo o corrillo de personas», explica José Llorach, experimentado percusionista y alma máter y director de Hato Gató. Hecha esta aclaración, arrancan a tocar, y sobre un hipnotizante y arrollador colchón rítmico se eleva el canto: «Los primeros amores no sé qué tienen, se meten en el alma y salir no pueden».

Los integrantes de Hato Gató se reúnen cada martes en casa de Llorach en las afueras de Lloret para hacer música y crear comunidad. «Nos centramos en canciones folclóricas de diferentes lugares, desde una muñeira gallega a un fandango de Huelva o un charro salmantino, pasando por canciones populares de Venezuela, Argentina o Brasil», explica Llorach, quien se define como investigador de ritmos e instrumentos del mundo.

«Lo más bonito de esto es el componente comunitario, el hecho de reunirnos para crear juntos», destaca Àngela Guerrero, miembro de Hato Gató y educadora social. «Pasé un tiempo en América Latina y me maravilló la costumbre de juntarse con otras personas para tocar en cualquier lugar. Con este proyecto, estamos recuperando la tradición de las canciones populares que cantaban las mujeres del campo en las fiestas y reuniones sociales. Todo el mundo estaba invitado a tocar. Sería maravilloso volver a expandir esta costumbre por nuestras calles, y que los niños crezcan en contacto con la música comunitaria. Es música popular porque está hecha por todos y para todos», incide.

Eso sí, formar parte de Hato Gató «requiere compromiso, constancia y mucha ilusión», apunta Peter, de profesión carpintero metálico. «Conviene practicar en casa y hay que ser exigente con uno mismo, lo que no quita que al llegar al ensayo, todos los problemas del día a día desaparecen y te dejas llevar por la música y en el grupo», apunta.

Sumergirse en el grupo

La cantautora Laura Campello es una de las integrantes que se dedica profesionalmente a la música. «Es precioso abandonar el ego y sumergirte en un colectivo como este, que además es muy plural, con gente que nunca había tocado un instrumento y otros que nos dedicamos a esto, como la también cantautora Mar Grimalt», señala. «Al principio, empezó como un taller de percusión con José como profesor. Simplemente nos juntábamos a tocar, disfrutar y aprender. Poco a poco fue entrando gente y la cosa empezó a sonar muy bien, así que decidimos hacer una actuación de fin de curso», explica. «Como somos un montón y había restricciones de aforo por la pandemia, tuvimos que hacer varias actuaciones: así empezamos a hacer bolos», añade Llorach.

La bailaora flamenca Patricia González destaca «el incalculable valor del folclore y la música popular. Siempre ha estado aquí, lo tenemos muy cerca y a veces no le prestamos atención. Son canciones sencillas y poderosas que se repiten como un mantra, hasta que el grupo entra en algo parecido a un trance. Al empezar, me daba mucha vergüenza cantar, pero es cuestión de dejarse llevar por el grupo y entender que no hace falta tener la mejor voz, que eran las abuelas las que cantaban en los pueblos. Al final, te engancha», explica, justo antes de entonar, junto a sus compañeros: «Que tocar el pandero no da de comer, no da de comer, pero por si se ofrece, bueno es saber».