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Con alguna variación ligera, se contagia una idea común en declaraciones públicas de empresarios: a la gente no le gusta trabajar. Lo dicen con indignación, como el que ha descubierto una grave falta social. «No encontramos trabajadores porque los jóvenes quieren ser influencers», decía Maties Pomar, de la Asociación de Panaderos. Carolina Domingo, de Pimeco: «Hay gente que cobra el paro y hasta que no se le acaba no quiere trabajar». Son dos ejemplos. Caramba, el agua moja y de noche está oscuro. Poco cristianos son quienes repiten ese mantra. La Biblia recuerda que el trabajo es un castigo: Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Hay un error de comprensión de un principio elemental. Para ganarse la vida o se dispone de capital o hay que arrendar la capacidad de trabajo de uno a cambio de un salario. No se hace por gusto sino por necesidad. ¿Conocen a algún jubilado arrepentido? La gente que disfruta de su trabajo lo hace porque le parece mejor que otro posible empleo, pero si pudiera dedicaría su tiempo a otra labor. Hasta hace un par de siglos, el remedio para la falta de mano de obra en determinados sectores era el trabajo forzado. Nadie viene, pues látigo y cadenas. La fórmula se reveló poco rentable a largo plazo.Tras el mantra de la gente no quiere trabajar, lo que en realidad se apunta es a la dificultad de encontrar empleados bajo determinadas condiciones de horario o de salario o para desempeñar ciertas funciones. Solucionar esas dificultades son responsabilidad del empresario. Trata bien y encontrarás. La frase en cuestión es además un detector infalible de jefes tóxicos. Identifica a alguien que no entiende la naturaleza de la relación de trabajo y que, por tanto, intentará abusar de la misma en cuanto pueda. Es alguien a quien conviene evitar siempre como empleado. Será un mal jefe y encima llorón.