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Para millones de ciudadanos de este país, el tal Juan Lobato era un auténtico desconocido hasta que la semana pasada saltó a la palestra por el feo asunto de los líos con Hacienda del novio de Isabel Díaz Ayuso, a la que todo el mundo conoce porque parece más una actriz famosa que una dirigente política. El caso es que Lobato, líder de los socialistas madrileños, acabó por entregar su cargo y casi casi nos dio pena porque su discurso, como el de José Luis Ábalos (que llegó a ser ministro) es el de víctima de la maquinaria de poder que dirige con mano de hierro el ególatra Pedro Sánchez. La mayoría de los mortales nunca sabremos qué hay de cierto en lo que dicen unos y lo que contraargumentan los otros porque estoy convencida de que en el mundillo de la alta política todo son cloacas y mafias y, como decía aquél, el que se mueve no sale en la foto. Al madrileño se lo han quitado de en medio porque molestaba. Lo que ha hecho la mafia toda la vida, aunque con métodos más tajantes. Pero, ay, tampoco es que se quede con una mano delante y la otra detrás. El socialista, dice su biografía, se afilió a las Juventudes del partido a la tierna edad de 15 años y podría decirse que desde entonces no ha dejado de chupar del bote. En esto se parecen todos, izquierdas y derechas, pues Santiago Abascal luce un currículum similar. Hijos ambos de padres metidos en política, se ve que mamaron desde la infancia lo que es vivir de lo público. En fin, el caso es que Lobato deja uno de sus cargos, pero mantiene los otros, no vaya a creer nadie que se lanza al vacío y va a tener que ponerse a currar, ahora que ya tiene cuarenta años. No, para nada. Seguirá ejerciendo de senador, con unos cuatro mil pavos al mes.