Leo una noticia de una nueva «herramienta» que va a permitir hacer oídos sordos a los audios de los wasaps. No los anula, los reconvierte. Serán transcritos. A todos aquellos que reciban mensajes en momentos inoportunos o en ambientes poco receptivos a la escucha, podrán seguir enganchados. Solo tendrán que leer. No tengo claro la bonanza del nuevo útil.
El sistema de audios favorece el monólogo interior. En tiempos de mudez comunicativa, resulta apropiado que uno coja su apéndice más preciado, sitúe su boca cerca del micro y lance un Cinco horas con Mario o un Ser o no ser que dejan frito al receptor pero que a él o a ella le alivian en su falta de tiempo, andamos todos tan ocupados, o en su quizá menoscabada autoestima. Vaya por delante que yo también dejo mensajes de voz.
Estoy convencida de que los trinos del wasapeo son acciones espontáneas. No hay ánimo de machacar la oreja ajena. Nos gusta tanto el aparatito que algunos incluso se lo llevan al baño, y claro, a más de uno se le ha caído por el inodoro. Ni en las cataratas del Niágara. Por no insistir en las sospechas que despierta entre parejas ver que tu conviviente se lanza a la soledad de los urinarios siempre con su smartphone. Más de una bronca ha generado el no sin mi apéndice.
Los creadores de esta máquina útil y perversa, lo útil puede ser muy dañino a veces, pregúntenle al cuchillo o al coche, no paran de dotarla de «herramientas». Todo por favorecer la comunicación.
Mis amigas madres de veinteañeros me ilustran del argot de sus hijos. Me entero de un nuevo anglicismo, of course. Se trata de FOMO, acrónimo del Fear Of Missing Out. Para entendernos: miedo a perderse algo, a quedar descolgado de la experiencia del grupo. Algo parecido a no estar invitada a la fiesta. O quedar fuera de juego. No hay que perderse nada. Como el perejil. Estar en todas las salsas.
No es novedad el mensaje. Ni siquiera los mensajeros. Sí lo son los tiempos, los ritmos y, sobre todo, los medios. El dichoso apéndice. El móvil, el celular. Sus creadores son los Mefistófeles contemporáneos, más aplicados tras la pandemia. Astutos observadores, sociólogos de los haceres contemporáneos, nos ponen y nos quitan «herramientas». Ahora les ha llegado el turno a los audios que, a pesar de la duración de algunos de ellos, siempre es un plus escuchar el tono de voz del mensajero. Hay tanta o más información en ese timbre, en un disparadero de palabras dichas rápidamente o en sigiloso decir entre silencios que en texto. Da igual. Es la voz. Ese milagro de la evolución.
Así es que yo que martilleo con los audios, que los he maldecido, que los he ignorado, que me deleitado y reído con algunos de ellos, me declaro insumisa. No voy a leer ninguna transcripción de mensajes de voz. Amigas y amigos queridos, me gusta escucharos. Solo os pido economía de recursos. Prometo que yo también voy a moderarme.
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