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Con apenas semanas de diferencia, tres músicos locales publican sendos álbumes desde el exilio, en este caso voluntario, aunque en la decisión de buscarse la vida fuera de Mallorca se mezclan cuestiones personales y profesionales y cada uno de sus casos es diferente. Son Maika Makovski, Jordi Maranges y Javier Ruiz.
Este último ha sido el último en hacer las maletas. Después de que su grupo Trestrece fichara por Pupilo Records, Ruiz se plantó en Madrid dispuesto a aprovechar la oportunidad. «Cambian las dimensiones, pero el mundo del musiqueo funciona más o menos igual en todas partes», explica. «Desde que llegué no he parado». Trestrece acaba de publicar Una señal (Pupilo, 2010), reedición de su primer disco, autopublicado el año pasado en la Isla. «Es curioso porque estas canciones las grabamos en 2008, pero por ahora estamos muy contentos con la respuesta de la gente. Todos coinciden en que no hay ningún grupo haciendo este tipo de música en castellano ahora mismo». Se da también el caso de que los músicos que ahora defienden el disco no son los mismos que lo grabaron. «Lo valoramos entre todos y cada uno tomó su decisión. Al principio pensaba mantener el mismo grupo y que vinieran para los conciertos, pero es muy complicado».
Más sencillo ha sido todo para Maika Makovski, quién ya publicó en 2005 su primer disco y que tras pasar dos años en Nueva York dedicándose a su otra pasión, la pintura, ha vuelto a instalarse en Barcelona para dar forma a su segundo largo, producido por el gran John Parish, colaborador de PJ Harvey. «No creo que se trate de un nuevo comienzo, más bien de una continuación. El disco refleja mi evolución personal y musical». Las expectativas en torno al disco son grandes. Ya lo presentó en concierto en Nueva York, va a estar en el próximo South By South West de Austin y está sonando en la BBC. «Hay muchas ganas de hacer cosas, me apetece mucho ver mundo».
En cambio, Jordi Maranges se ha inspirado en parte en la Barcelona en la que vive para las canciones de su nuevo trabajo, esta vez bajo su propio nombre tras las aventuras con El Diablo en el Ojo, El Piano Ardiendo, Jacques Casanova y Transmediterranean Express. Las referencias musicales siguen siendo las mismas: el vodevil, la música mediterránea y el teatro de Bertolt Brecht. «Cuando estaba en El Diablo en el Ojo no valoraba lo que tenía. Hacerlo todo tu solo es muy enriquecedor, a nivel personal, pero también supone mucho esfuerzo». Con la edición de El baile de los cangrejos culmina también un proceso de maduración que le ha llevado a acortar distancias entre los personajes que pueblan sus canciones y su propia biografía. «He intentado eliminar esa barrera que había entre mis personajes y yo sin sacrificar el elemento teatral. Sigo creando personajes, pero te cuento mi historia». En estos últimos años ha descubierto la música italiana y griega, que se suma a las deudas francesas. «Sé que es un producto difícil, pero estoy muy contento con el disco». El 11 de abril lo presentará en el Teatre Xesc Forteza de Palma.