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Tras protagonizar una demoledora irrupción en el mapa de la independencia musical en 2008, el cuarteto barcelonés Mujeres edita, en 2009, un primer álbum de título homónimo. Rock garajero, pendenciero y espídico que recuerda, en las distancias cortas, a bandas como Violent Femmes, The Strange Boys o Black Lips. Hoy visitan la Isla.
Son sus canciones un quiebro constante, un catálogo de desequilibrio infeccioso sin ansias de magisterio ni experimentación, carente de momentos flacos.
A priori nada que no hayamos oído ya, sin embargo lo que salva a Mujeres de quedarse en un simple ejercicio de estilo y lo convierte en un gozoso y perdurable bucle de guitarras embravecidas es su calculado convencionalismo. A la altura de gente grande, muy grande. Una odisea expansiva, orgánica y tortuosa, capaz de generar vehículos incendiarios que se tararean sin dejar de mover los pies y la cabeza, rockeando remolonas en la party.
Más allá de los referentes más obvios y manoseados, «la obra de Quim Monzó y Raymond Carver tiene mucho que ver en nuestra música», sostiene Pol Rodellar, miembro de la banda. Pese a haber sido concebidos en el mismo espacio de tiempo, algunos temas del álbum respiran una atmósfera más oscura que su demo de debut. «Está claro que es más fácil ponerse a escribir cuando se está jodido que cuando se está viviendo en un mundo maravilloso», sin duda, una declaración que contrasta con el estupendo momento que atraviesa el cuarteto.
Desmitificando el ritual compositivo, Rodellar desvela que «compramos cervezas y las bebemos en el local, a partir de ahí comenzamos a componer».