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La biografía reciente del grupo local Helevorn arroja un detalle pintoresco: tras ultimar la grabación de su nuevo álbum, y animados por la idea de distribuirlo bajo el auspicio de la discográfica rusa Bad Moon Man Productions «les pedimos que escucharan algunos de nuestros nuevos temas y desde ese momento empezamos a negociar las condiciones», un proceso que según Josep Brunet, líder vocal del sexteto mallorquín, se dilató algunas semanas hasta que «finalmente aceptaron editar el disco».
En unas latitudes donde, para muchos, la música de un grupo prácticamente no se distingue de otro, Helevorn buscan singularizarse en el delimitado paisaje del doom metal (genérica identificada por su desarrollo lento, pesado y depresivo, pero también oscuro y tenebroso). Lo inusual de su propuesta les sitúa como la referencia a seguir en Balears. Formado en 1999, recibe su nombre del mundo fantástico fabulado por J.R.R. Tolkien, donde el Helevorn enmarca la regia belleza de un lago helado, situado a las faldas de una cadena montañosa.
Tras su anterior referencia de estudio, Fragments (2005), presentan Forthcoming displeasures, un espacio donde construyen un clímax rodeado de una muralla de acordes densos y melancólicos próximo a bandas como Anathema, Lacrimas Profundere o Katatonia y que, alcanzado el medio tiempo, deriva en una experiencia tan tenebrosa como deambular por el desierto una noche cerrada. En él indagan «la crisis de los valores desde una perspectiva poética, sin ir directamente al grano, la metáfora es nuestra guía».
Sin traicionar su angulosa marca de fábrica, Forthcoming displeasures es un catálogo demostrativo de sus facetas, preñado de canciones que se suceden sampleando arquetipos pero respetando siempre las pautas del doom metal más académico: «El álbum es la culminación de todo lo etéreo y profundo que siempre hemos querido transmitir y que hasta el momento no pudimos o no supimos integrar adecuadamente, y su producción ha sido muy meticulosa».
Sobrepasando incluso las perspectivas más desbordadas, el retorno a la acción de Helevorn ha deslizado una nota que pone en aviso a los amantes del paisaje metalero, su álbum es un puñetazo encima de la mesa, un portazo acompañado de ruido, disonancia e improvisación con el que el sexteto balear emprende el vuelo, fuera del radar amateur, hacia territorios más abruptos y experimentales, pero sobre todo globales.
El contraste con Fragments no podría ser más pronunciado: «Nos gusta experimentar para poder expresar mejor lo que queremos en cada momento, y eso no tendría sentido si ya supiéramos exactamente que hemos dado en el clavo», de ahí la ligera pero manifiesta evolución de su sonido. Cuesta casi tanto entrar como salir de esta laberíntica colección de canciones, restos de naufragios desperdigados a lo largo de doce cortes incansables, densos y guerrilleros.
¿Cómo convencer de que el doom también puede ser una música letrada, una acción artística o un concepto cultural? En esas están Helevorn, acercándose de forma cultivada, sin perderle el respeto, sin dejar de amarlo. Quizá no armarán tanto revuelo como otras formaciones con mayor recorrido, pero su firma garantiza conocimiento de causa y una buena dosis de pedagogía arrimada a las brasas de la pasión.