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Sé que hay un tipo que vive entre cartones en los bajos de un edificio de la ciudad, prácticamente en el escaparate de una tienda de objetos de regalo, con su perro. En el suelo hay botellas vacías, periódicos caducados y un pequeño bebedero para el animal. Todo bastante asqueroso. Me dijeron que vende trankimazines para sobrevivir. Me figuro que no tiene adónde ir y que tal vez, si lo tuviera, preferiría no hacerlo. Dormir al raso en verano es tolerable. Me acordé de él hace unos días después de ver el confesódromo instalado en el barrio de Belém de Lisboa por la visita del papa Francisco. Impresionante. Ciento cincuenta cabinas de diseño, fabricadas en madera, con techo y dos asientos. Una preciosidad, la verdad. A ellas acudieron los jóvenes católicos a limpiar su alma –no en vano se instalaron en el Parque del Perdón– en cinco idiomas diferentes.

Los confesionarios estaban todos ocupados. Incluso había largas colas. Y, vistos en conjunto, mostraban una formación perfecta, en numerosas filas, a la manera como se ven los cementerios de soldados muertos en guerras: una inmensidad de cruces ordenadas de manera impecable sobre el césped. La verdad es que se veían muy acogedores. Sólo les faltaba alguna suerte de mesita con mantelito y un juego de té y habría parecido que allí se jugaba a las casitas. Maravilloso. Y, por si fuera poco, procedían de la buena fe de una serie de presos de diferentes cárceles portuguesas. No hay nada como esperar la visita de personas ilustres para que nos esmeremos al máximo en los preparativos. En fin, otro triunfo de la Iglesia. Pero como no está el horno para bollos y –la Iglesia lo sabe de sobra– en el mundo existen muchas personas sin hogar, no he podido evitar preguntarme qué va a pasar ahora que la Jornada Mundial de la Juventud ha terminado. ¿Adónde irán a parar estas casetas? ¿Qué se va a hacer con ellas? No he conseguido averiguarlo, de momento. Por eso, recordando la modesta proposición de Jonathan Swift para acabar con el hambre en Irlanda, me he preguntado: ¿no sería posible repartirlas entre los sintecho del planeta? Ya sé que no tienen puerta. Pero si hubiera que elegir entre ellas y el suelo de las aceras, creo que no cabría ninguna discusión.