Reflexiones sobre un funeral sin alma

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El otro día asistí a un funeral desgarrador. Un joven se había quitado la vida y una profunda tristeza nos envolvía a todos los que llenábamos la iglesia. Entre llantos, decepción y rabia, los presentes fuimos testigos incrédulos de cómo el sacerdote que oficiaba la ceremonia, en vez de brindarles a la familia y amigos el consuelo y la humanidad que tanto necesitaban, en lugar de recordar las virtudes y bondades de la persona fallecida, centró su discurso en pedir a Dios que perdonara al ausente por los pecados cometidos y por el supuesto mal causado. Fue un momento que resaltó la desconexión entre la iglesia y las realidades del sufrimiento humano, especialmente en el contexto de la salud mental.

La iglesia, con su rigidez dogmática, sigue considerando el suicidio como un pecado, sin entender que detrás de ese acto hay una enfermedad mental, un dolor inmenso y una batalla que muchas veces se libra en silencio y soledad. Castigar con palabras y con actitudes a quien ya ha sufrido tanto es, a mi juicio, una falta de humanidad terrible.

Necesitamos una iglesia y una sociedad que entiendan y aborden la salud mental con empatía y compasión. Debemos recordar que quienes sufren trastornos mentales no son pecadores, sino personas que merecen nuestro apoyo y comprensión. En momentos de duelo, lo que menos necesitamos son juicios morales; necesitamos amor, memoria y consuelo.

Espero que mi carta sirva como un llamado a la reflexión. Que quienes tienen el poder de hablar en momentos tan cruciales, lo hagan con el respeto y la dignidad que cada ser humano merece, honrando la memoria de aquellos que se han ido y brindando verdadero consuelo a los que quedamos atrás.