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El asesinato de Josefa Moreno Cortés 'La Parrala' en lo que se intuye como un ajuste de cuentas entre los clanes del narcotráfico palmesano ha vuelto a poner en la primera página de la actualidad la situación de Son Banya, un barrio que desde hace décadas que se ha sumido en la marginalidad arrastrado por la pobreza y las drogas. Todas las políticas sociales se han estrellado contra la dura realidad de un grupo social que prefiere mantenerse alejado de la sociedad, prisionero de sus propias reglas, una actitud que no se quiere combatir desde las instituciones para evitar la diseminación del problema por el resto de la ciudad.

La tragedia no ha finalizado. Los responsables del poblado gitano anuncian sin tapujos que la muerte de 'La Parrala' será vengada. Habrá más sangre. El problema sigue sin resolverse, droga y muerte, un binomio que ya es cotidiano en Son Banya y frente al que de nada sirven las espectaculares redadas policiales y la detención de los jefes de los clanes más activos del narcotráfico; de inmediato se nombran sustitutos o se sigue manteniendo el control desde las celdas de la cárcel. El asesinato de Josefa Moreno se habría producido de igual modo en cualquier otro punto de Palma, pero ha sido en Son Banya, el rincón que nadie quiere visitar y del que los políticos sólo se acuerdan para repetir la promesa incumplida de su desaparición.

Mientras el futuro de los vecinos de Son Banya pase por la droga la cuestión quedará sin resolver, éste es el verdadero asunto de fondo que está ausente de propuestas e iniciativas serias en el debate político. Con la certeza de que se llega tarde, un asesinato a quemarropa, es el momento de tomarse en serio cómo acabar con Son Banya y lo que significa.