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La investigación estatal de los abusos sexuales en la Iglesia, no obstante el hipocritón espectáculo que ha ofrecido el Gobierno social comunista y sus medios que, de modo sectario, le sirven, no interesa lo más mínimo a quienes la han promovido. Se trata del habitual postureo y de aprovechar la ocasión para erosionar aún más el ya débil prestigio de la Iglesia. Este Gobierno no se ha distinguido, precisamente, por investigar y condenar los abusos, producidos en ámbitos diferentes a los religiosos. Y, sin embargo, todos sabemos que han existido y existen, y en cuantía muy superior a los que se han dado y se dan en el ámbito de la Iglesia católica. Pero ¿no dicen estar muy preocupados por el dolor de los menores abusados? ¿Por qué, entonces, se han negado a ampliar la investigación a todos los casos de abuso, sin más distinciones? ¡Se les ve demasiado el plumero!

La clase política gobernante, que ahora aparenta rasgarse las vestiduras, no explicó en su día, los abusos, por ejemplo, a menores tuteladas por la Administración pública (IMAS) de Mallorca. Ha rechazo cuatro comisiones de investigación en dos años. Al igual que ocurrió en otros tiempos en la Iglesia, los responsables políticos los ocultaron y taparon. ¡Vaya cuadrilla de hipócritas! ¡Denuncian la mota en el ojo ajeno y no ven la viga en el suyo! Por cierto, pregúntense quienes eran los responsables políticos en Mallorca y en el Gobierno de España. ¿Dónde estuvo el fiscal, que los archivó? Como será la cosa que la Comisión de Peticiones del Parlamento europeo se trasladará a Mallorca para intervenir los próximos días 11, 12 y 13 de abril, con la presencia de 24 eurodiputados, a fin de aclarar lo ocurrido. ¡Vaya vergüenza!

Aclarado lo anterior, quiero manifestar que las voces laicales y clericales, y hasta episcopales, que he escuchado, como reacción a la iniciativa política, prefiero olvidarlas. Son legítimas, no faltaba más, pero, en modo alguno, me han parecido apropiadas ni en el contenido de lo manifestado ni en el tono utilizado. ¡Que ocasión para guardar silencio! Lo que menos se necesita ahora es sembrar más confusión, seguir distanciándose de la verdad de lo ocurrido, persistir en la no aceptación de los signos de los tiempos y alejarse de lo que la gente, razonablemente, espera.

A decir verdad, ha sido la negativa episcopal la que ha propiciado y puesto en bandeja la iniciativa al Gobierno. Emperrados en mantener una imagen falsa de sí mismos, y por tanto insostenible, se negaron a realizar la inevitable autocrítica y confesión, que, por cierto, ya habían llevado a cabo otros episcopados. Ha tenido, al final, que aparecer Francisco y hacer lo que no le gusta: imponer. Y todo, porque ustedes seguían casados con el error y evitando el discernimiento debido. Ya está bien, el pasado fue lo que fue, «encubrimiento y laxitud», al decir, con pleno acierto, de monseñor Taltavull, abandono de las víctimas en todos los órdenes, e incluso maltrato a algunos sacerdotes injustamente acusados. En esto, les faltó, como también en otras muchas cosas, la debida sagacidad (Lc 16, 8) al actuar.

A pesar de lo que nuestros obispos han dado a entender con su actuar en el pasado, hay que recordarles, por mal que les sienta, «que Dios no está (…) separad de la condición humana, sino que está con nosotros. El tiempo del distanciamiento terminó cuando Jesús Dios se hizo hombre. Desde entonces, Dios está muy cerca; nunca se separará ni se cansará jamás de nuestra humanidad» (Francisco). Precisamente, lo que desatendieron, por increíble que parezca, fue la humanidad, la cercanía con las víctimas. Jesús, sin duda, habría antepuesto la ayuda a las víctimas, el evangelio, a cualquier otra consideración religiosa, como el supuesto honor de la Institución. Quiero finalizar con un deseo: que el Gobierno y la CCE sustituyan el espectáculo de una inútil investigación del pasado y se pongan a trabajar juntos en programar la prevención de los abusos. Eso sí, en el marco del Convenio del Consejo de Europa (Convenio de Lanzarote).