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Tras dos años con noticias diarias de contagios y muertos, se pone fin a la pandemia por la vía de dejar de informar ¡Ojos que no ven corazón que no siente! Ahora contamos días de guerra y refugiados. Hay un nuevo ‘malo de la película’ con el que tenernos entretenidos y despistados. Al menos, durante la pandemia había un cierto debate. Sobre la guerra da igual qué canal de televisión, radio o diario se consulte, todo es absolutamente uniforme. El Sr. Borrell incluso se ha permitido el lujo de decir que había que cortar el acceso a otros canales informativos que nos podían intoxicar. Me sentí rejuvenecer ¡Eso mismo se decía en el franquismo sobre el peligro de caer en las fauces del comunismo si se leían libros prohibidos!

¿Tanto afán por la uniformidad informativa no les parece sospechosa? Cómo la repentina pasión por estos refugiados: autobuses, hoteles y papeles para unos, pateras, concertinas, palos y CIES para otros, como quienes huyen de Libia, país bombardeado y destruido por la OTAN. Nos preguntamos qué será de los ucranianos cuando, como el virus, ya no sean necesarios para el nuevo relato tras el que se justifican las ansias imperiales y nuestro progresivo empobrecimiento. ¿Les ocurrirá como a los saharauis?

Pese a todo, afloran quienes se atreven a cuestionar la verdad oficial, para lo que hace falta sobre todo valentía, porque salirse del rebaño siempre es peligroso y ahí acechan los perros del pastor, también en nuestra cacareada y cínica ‘democracia’.