Guillem Pons admite su sorpresa por el hecho de haber llegado a finales de enero sin una sola helada. | Jaime Mora

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Guillem Pons (sa Pobla, 1990) disfruta de su vida en el campo. Es feliz porque trabaja en lo que quiere, recogiendo como en tantos casos la tradición familiar de su padre. Pobler hasta la médula, las tierras que trabaja Guillem produjeron el pasado año cerca de un millón de kilos de patatas. Aunque, sigue siendo este tubérculo el que más abunda en sus cultivos, la tendencia empieza a cambiar. O, para ser más exactos, se acentúa un giro hacia los cereales que en su caso ya inició hace quince años, especialmente a través del maíz.

Cuenta Guillem que la exigente normativa europea respecto a los productos que se pueden utilizar en el sector primario le están empujando a abandonar una patata que sufre como nunca enfermedades y parásitos de todo tipo, como el gusano de alambre, una de las plagas más abundantes y a su vez más dañinas en estas latitudes.

Las alternativas comerciales a los productos que siempre ha utilizado el agricultor distan mucho, en eficacia, de aquellos otros. «Son menos eficaces y además resultan menos persistentes en el tiempo», lamenta Guillem, quien ve con impotencia cómo, en estas circunstancias, le resulta «muy complicado» evitar contratiempos en las sucesivas cosechas de patatas.

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Con este escenario, su visión no puede resultar demasiado optimista. Más si cabe en un contexto en el que el producto de todo tipo, también el alimentario, entra al consumidor «por los ojos», comprando simplemente aquello que resulta más agradable a la vista. Y en este sentido –admite Guillem Pons– la patata francesa, que tanto abunda en nuestros supermercados, le gana la partida de la belleza y la estética a la mallorquina. Un rival complicado de batir cuando las compras se realizan de manera casi compulsiva.

Estos días, Guillem y su gente recogen la cosecha que fue sembrada entre finales de agosto y principios de septiembre. Y otra vez se encuentran con la misma problemática: demasiado producto maltratado por las larvas, que conducirán a las sufridas patatas a convertirse en alimento para animales, al resultar inservibles para el consumo humano.

Las dificultades que existen hoy para producir patatas de calidad en las tierras de Mallorca han empujado a Guillem a darle mayor volumen al maíz en detrimento del tubérculo, pero también a investigar otras alternativas. Por ejemplo, producto tropical como el aguacate. De hecho, el cambio climático de los últimos años hace pensar a este agricultor vocacional que quizás en dos décadas ya se haya implantado por completo esta modalidad en la mayoría los cultivos de la isla. Otros –opina Guillem– se habrán visto en cambio obligados a echar el candado a causa las «trabas crecientes» que, en su opinión, pone la administración a las explotaciones agrarias y que siguen alejando a los jóvenes del sector primario.