Nunca he sido una persona extremadamente cariñosa. Un beso al llegar a casa, otro antes de marchar a trabajar, y de vez en cuando uno antes de acostarme.
Después de este año y medio de pandemia, echo de menos el beso de mi madre al llegar a casa, o ese abrazo tan lleno de amor y transparencia de mi abuela. Hemos cambiado, y no para mejor. Hemos dejado de dar el más mínimo gesto de cariño por miedo a poner en riesgo a quienes queremos de verdad, bonito pero irónico. Ojalá podamos volver a besar sin miedo.