Acabo de volver de pasar una semana cubriendo los efectos de la Dana en Valencia. La primera palabra que me dirigieron fue “¿necesitáis alguna cosa? ¿En que os puedo ayudar?”, cuando los que necesitan toda nuestra ayuda son estas personas humildes que lo han perdido todo. Porque, como siempre, la desgracia se ceba en el más débil. Las construcciones que han aguantado la tormenta han sido las más nuevas y elevadas. Cualquiera que haya intentado comprar un piso sabe que los más baratos son los antiguos y los más bajos. Precisamente en los bajos es donde habitan mayoritariamente personas con movilidad reducida por la facilidad para acceder a la calle, que cuando vieron sus casas inundarse no podían huir. Las personas con discapacidad auditiva no eran conscientes, si no lo veían, de la destrucción a su alrededor. Las personas con discapacidad intelectual no podían reaccionar a lo que estaban viviendo. Personas con discapacidad visual no podían ver donde ponerse a salvo. Personas dependientes, que más que nunca han dependido de sus cuidadoras. Una lección de resiliencia y humanidad que me ha conmovido profundamente.