La cantidad de voluntarios que nos hemos movilizado para ayudar en Valencia es descomunal. Cada uno ha aportado de acuerdo con sus posibilidades, y son realmente pocos los que se han quedado indiferentes. En mis veintiún años, nunca había presenciado un acto de solidaridad y movilización ciudadana como este. Hemos empatizado al instante con nuestros vecinos valencianos, y sus pérdidas nos han dolido casi como si fueran nuestras. He sentido una cercanía aterradora, porque hoy han sido ellos, pero mañana podríamos ser nosotros. Esta cercanía es el factor clave para que sea imposible no empatizar con la catástrofe.
Entre toda la miseria de estas semanas, la ayuda voluntaria ha sido ese rayo de esperanza. Aun así, es importante recordar que, por desgracia, siguen ocurriendo y ocurrirán otras catástrofes, que, aunque no nos toquen tan de cerca, merecen la misma atención. Esta situación desoladora también puede ser un punto de inflexión, y espero que, a partir de ahora, aumente la empatía hacia quienes lo pierden todo por conflictos armados, catástrofes naturales o desahucios.