A veces, siento que en mi día no hay ni un minuto libre. Vivimos en una cultura que glorifica el “ir corriendo a todas partes,” y no soy la excepción. Entre la universidad, los trabajos y las reuniones del trabajo, a menudo me encuentro comiendo lo primero que tengo a mano, sin pensar mucho en si es realmente nutritivo o bueno para mí.
Una vez, después de un día frenético, me di cuenta de que todo lo que había comido era procesado y que, al final del día, me sentía con muy poca energía. Ese día entendí que este ritmo me estaba afectando, y mucho. Muchas veces la alimentación se convierte en una tarea rápida más, la hacemos porque debemos, no tanto porque queremos. Alimentar el cuerpo, es alimentar la mente. Comer conscientemente se ha vuelto un reto, pero también es el único camino para romper con esta inercia de “ir siempre corriendo” y empezar a cuidar de nosotros mismos de verdad.