Uno de mis vecinos va en silla de ruedas. El otro día lo ayudé a bajar la basura, y me di cuenta de cuántas cosas cotidianas pueden ser verdaderos retos para quienes tienen movilidad reducida. Algo tan simple como tirar la basura o entrar en ciertos edificios se convierte en un desafío o en algo directamente imposible si no tienen ayuda. Esta experiencia me hizo ver cuántas barreras pasamos por alto en nuestro día a día, mientras muchas personas enfrentan limitaciones constantes en ciudades y pueblos que no están pensados para todos.
La inclusión no puede ser solo una idea abstracta o un compromiso en palabras; debe ser una realidad tangible. Adaptar nuestras ciudades para que todos puedan moverse y vivir con independencia no es un lujo, es una cuestión de justicia y sobre todo, respeto. Debemos escuchar a estas personas, entender sus necesidades y ponernos manos a la obra. Solo cuando derribemos estas barreras podremos construir una sociedad realmente digna e igualitaria, donde nadie quede atrás.