Será entonces cuando empecemos a ser conscientes de la barbaridad que hemos vivido, será cuando dejemos de vivir en modo superviviente y empecemos a asentar las emociones que tuvimos al ver a aquella persona arrastrada por la corriente, sin saber nunca si logró sobrevivir, o cuando estuvimos durante horas escuchando gritos que de repente eran silenciados por la fuerza del agua. Viviendo tres días completos sin agua, sin luz y sin ayuda de ningún tipo, caminando entre barro, escombros y la incredulidad constante de ver nuestra ciudad devastada. Cuando el barro desaparezca y dejen de circular vehículos militares, policiales y bomberos, tocará enfrentarse al shock postraumático y a las secuelas que serán aún más difíciles de achicar de nuestras vidas. Cuando la sociedad vaya apartando la mirada cada vez más hacia otro lado, entre luces de Navidad y villancicos, las víctimas de esta catástrofe tendremos que recomponernos mientras entendemos conmocionados todo lo que vimos. En algunos casos, habrá más de una silla vacía a la que llorar, y esto es algo para lo que nadie estaba preparado.