Cada vez son más las panaderías tradicionales que se ven obligadas a cerrar. El crecimiento de las grandes cadenas, con productos a precios competitivos, pero de baja calidad, dificulta la supervivencia de los negocios de toda la vida, que priorizan calidad y trato cercano.
Recientemente, tomé un café en una de estas cadenas y, además de ser de mala calidad, el trato del personal fue pésimo. A pesar de esperar pacientemente en el mostrador, sin recibir ni un hola, la dependienta prefirió hacer bocadillos para la vitrina. Cuando finalmente me atendió, fue con desgana. Esta carencia de atención contrasta con el trato cercano de las panaderías tradicionales.
Es una lástima que los negocios familiares, que son parte de la historia del territorio, se vean tragados por estas cadenas.