No es sorpresa de nadie lo revolucionaria que ha sido la creación y aplicación de la Inteligencia Artificial en todos los ámbitos y sectores, y por consecuencia, el sector de la comunicación también ha sido uno de los que ha acogido a la IA.
Muchos puestos de trabajo han sabido cómo introducirla a una velocidad inhumana. Lo que no sabemos todavía es cómo va a repercutir este arma de doble filo.
Si buscamos la parte positiva de la introducción de la IA en nuestro modo de trabajo encontramos que puede ayudar a recopilar información que puede que no hayamos tenido en cuenta, que analice las respuestas de una acción publicitaria, que midan la acogida del público sobre algún producto o que organice un calendario de seguimiento de un proyecto.
Tantas son las opciones, que ya existen IA para miles de funciones concretas
Todas ellas diseñadas para facilitar el trabajo humano, pero ¿Qué pasa cuando en vez de facilitarlo, lo destruye?
Según el Informe sobre el futuro del empleo, “se espera que la inteligencia artificial sea adoptada por casi el 75% de las empresas encuestadas y que provoque una elevada rotación de personal: el 25% piensa que creará pérdidas de puestos de trabajo”
Lo que a grandes rasgos significa automatización del trabajo que puede suplir el de los humanos. Esto es un beneficio para la empresa y una amenaza para el trabajador. Algo que éticamente no se concibe como algo positivo.
Por otro lado y continuando con lo ético, el uso incorrecto de estas aplicaciones puede obtener como consecuencia la desinformación de la ciudadanía ofreciendo datos no corroborados, imágenes falsas o información manipulada. Algo que tarde o temprano acabará afectando a la marca o compañía que haya autorizado el uso de ese material.
Como conclusión final, aportaría que las herramientas de IA deberían utilizarse sólo como un recurso ocasional, una ayuda, un suplemento… Pero nunca como una sustitución al trabajo humano.