Angel Pedraza, en su etapa de entrenador del Baleares. | Michel's

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Con solo 48 años, en el inicio de una prometedora carrera como entrenador, una cruel enfermedad se ha llevado por delante a Angel Pedraza Lamilla (La Rinconada, Sevilla, 1962). El corazón de este sevillano con alma de culé que ofreció su mejor repertorio como mallorquinista entre 1988 y 1995, dejó de latir ayer a las nueve de la noche. Con su Barça a punto de ofrecer otra exhibición y su Mallorca preparando el encuentro de hoy ante el Almería, Pedraza nos dejó.

La noticia recorrió como la pólvora, dejando un rastro escalofriante. Aunque su enfermedad era vox populi, nadie podía pensar en un desenlace tan fulminante en una persona que hace apenas un mes y medio estuvo en la Isla para recoger un premio del Comité de Entrenadores, en reconocimiento por el ascenso del Atlètic Balears a Segunda B el pasado verano.

Angel Pedraza abrió el camino de lo que hoy significa la cantera. El fue el primer jugador surgido en La Masia que desfiló por el primer equipo del Barça. Fue con Kubala de entrenador y apenas contaba con 17 años. Venables le dio continuidad y Pedraza pudo festejar un título de Liga (84-85) y disputar, como titular, la final de la Copa de Europa ante el Steaua de Bucarest en Sevilla. Lamentablemente para él, fue uno de los que falló en los penaltis.

En la campaña 1988-89, Pedraza aceptó la oferta del Mallorca, entonces en Segunda División. Brzic primero y Serra Ferrer después le entregaron los galones a este sevillano polivalente -jugó en ambos laterales y el centro del campo- que se ganó el corazón de la hinchada durante seis temporadas. El capi vivió la primera final de la Copa de la historia rojilla (en 1991) y defendió la camiseta isleña durante más de 250 partidos oficiales, 97 en Primera. Se retiró en el Sóller con un ascenso a Segunda B.

Inició su carrera como entrenador en Can Barça antes de desfilar por el Espanyol juvenil, Villarreal B, Benidorm, Iraklis griego o Atlètic Balears, al que ascendió el pasado verano.

Deja su profesionalidad y a su hijo Marc, un futbolista que ahora está obligado a llevar el apellido Pedraza a lo más alto. Sobre todo como persona. Como lo hizo su padre. Descanse en paz.