Marcos Jiménez, jugador del Sporting, en una imagen de archivo. | ultimahora.es

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Por primera vez desde el trienio 1974-77 Maó se queda sin equipo que le represente en una categoría del fúbol nacional. Tras la consabida, por confirmada de antemano, incomparecencia del Sporting Mahonés en relación al partido que debía disputar el pasado domingo ante el Mestalla, segunda sucesiva y que automáticamente implica su exclusión del grupo III de Segunda B, la capital menorquina cierra un ciclo que precisamente abrió con la aparición del club blanquiazul en julio de 1974 y su ascenso a Tercera Nacional en 1977, precipitándose a un escenario actualmente desolador dado el impredecible futuro económico que aguarda. La génesis de tan dramática panorámica alude, junto a otras causas, al modo y forma en que justamente se auspició la creación del Sporting, que casi a cuatro décadas de distancia se analiza apresurada y forzada, que no errónea en su intención.

LUEGO DEL DESCENSO desde la potente y extinguida Tercera Nacional a Regional sufrido por la Unión Deportiva Mahón y el CD Menorca en junio de 1974, una notable facción de la masa social azulgrana y en menor medida de la familia gualdiazul, respaldada por el ayuntamiento mahonés y una activa campaña de la prensa local, acuerda someter a votación la decisión de fusionar a los dos clubes históricos de Maó, cuya encarnizada rivalidad hubo antaño alcanzado cotas inverosímiles de odio deportivo, exponencialmente acentuado en las décadas 50 y 60.

LA MOTIVACION para ello, al margen de la financiera (a la deuda arrastrada de ancestrales etapas por ambas entidades se agregaba la crisis económica mundial del 73 ocasionada por la subida del petróleo), resultó el anhelo de conformar un único club que aunara voluntades y sentimientos, que disfrutara de un margen de proyección deportiva muy difícil de materializar en una población de reducida cohorte como Maó, más si cabe de estar fragmentada ésta en dos direcciones encontradas.

EN EL ALBOR de julio del 74, Menorca y Unión convocaban por separado a sus parroquias para definirse en tan trascendental dicotomía. Entre los dos clubes totalizaban 1650 socios, de los que únicamente 523 acudieron a los comicios (votando en favor de la fusión 378; 203 por la familia menorquinista, 175 por el club de San Carlos). Por tanto, apenas un 33% de la masa social contabilizando ambos clubes apoyó tan importante decisión. Pese a ello, el Sporting vio la luz el 17 de julio de 1974 con el propósito de mutar a bandera única del fútbol mahonés.

SOLO TRES MESES después, la Unión denunciaba el acta de fusión, aduciendo el incumplimiento de algunas cláusulas de la misma (referentes a la liquidación del déficit histórico y a la continuidad de sus equipos de formación) y en enero de 1975 reaparecía bajo el nombre de UD Seislán -poco después surgía el CD Isleño, el tapado del Menorca-, iniciando con ello un longevo proceso en los tribunales con el fin de rescatar su antigua denominación, romántica lucha exitosamente culminada en clave unionista durante los 90 por el entonces presidente José Sastre (y de la que directa y gratuitamente se benefició el Menorca).

AUNQUE EL SPORTING advirtió en su primer decenio y medio de vida haber cubierto un segmento de las expectativas que instigaron su venida al mundo (ascenso a Tercera Nacional en 1977 y a Segunda B en 1987, contando un apreciable respaldo social), le ha resultado inviable soportar la coyuntura a que derivó la rebelión de los sancarlinos de pro. Donde se promovió un club para amalgamar pueblo y afición, al ser dos un exceso inasumible, ahora habitan tres, dándose incluso la circunstancia a comienzos de los 90 que Isleño y Seislán compartieron cartel en Tercera estando el Sporting en la categoría de bronce.

Esa palpable fractura del escenario balompédico en Maó, mortal para el campo de acción, crecimiento y evolución del Sporting, ocasionó también un evidente desgaste en sus dos clubes nodriza. Problemática incrementada con la posterior consolidación de proyectos serios en Sant Lluís, Es Castell y también Alaior, la entrada en vigor de la ley Bosman y la pareja sentencia Kolpak, así como el masivo aumento del dinero que las televisiones inyectan a los equipos de elite (lo que ha transformado la liga española en la mejor del mundo con el consiguiente perjuicio generado al fútbol de perfil más modesto) y también (o sobretodo) por la eclosión del fenómeno baloncestístico-ACB en la Isla.

Los cambios de hábito en la sociedad actual, la mayor diversidad de la oferta de ocio en comparación al pasado reciente y la ausencia de una instalación adecuada a los tiempos y necesidades del presente han sido otros impactos imposibles de burlar por parte de un Sporting que tampoco ha gozado jamás de un efectivo soporte institucional. En su segundo ingreso a Segunda B, fechado a junio de 2009 y ahora drásticamente apagado, el club de Bintaufa ha percibido y sufrido en su plenitud las mencionadas eventualidades, lo que le ha situado en su realidad más crítica y de incierto devenir tras 38 años de historia con su obligado descenso a Tercera y el inminente a Regional que se producirá administrativamente en junio a causa de la deuda contraída con la plantilla que inició el curso todavía en disputa.

TODO ELLO SUPONE que por vez primera desde la temporada 76/77 (y única en seis décadas a excepción del periplo 75-77), Maó, cuna por excelencia del fútbol menorquín, quede sin exponente en el ámbito del balompié nacional. Mientras Unión y Menorca orbitan centrados en la labor de cantera, el Sporting, que se reencontrará en morboso duelo con ambos en la venidera campaña en Regional, afronta la mayor disyuntiva de su accidentada historia. Mientras se define, la capital insular se precipita en su escenario más desolador y dantesco, ese del que curiosamente creyó escapar para siempre hace casi cuatro decenios.