Getafe: Moyá; Valera, Lopo, Abraham, Mané; Xavi Torres, Míchel; Pedro León (Diego Castro, min. 63), Barrada (Gavilán, min. 72), Lafita; Álvaro Vázquez (Paco Alcácer, min. 69).
Osasuna: Andrés; Damiá, Arribas, Miguel Flaño, Nano (Marc Bertrá, min. 67); Puñal, Raoul Loe; Cejudo (Oier, min. 80), Nino, Armenteros; Kike Sola.
Goles: 0-1, min. 84: Kike Sola; 1-1, min. 90: Diego Castro, de penalti.
Árbitro: Teixeira Vitienes (Comité Cántabro). Mostró cartulina amarilla a Nano (min. 48), Kike Sola (min. 86) por parte de Osasuna y a Lopo (min. 65), Míchel (min. 76), Lafita (min. 75) y Varela (min. 83) por parte del Getafe. Expulsó con roja directa al jugador del conjunto navarro Armenteros (min. 79).
Getafe y Osasuna firmaron un empate aburrido, insulso y desafinado que se concretó en los últimos minutos del choque, marcado por la expulsión de Armenteros, el gol de Kike Sola y el penalti dudoso transformado por Diego Castro en el minuto 90.
El espíritu de Ravi Shankar, virtuoso del sitar fallecido esta semana a los 92 años, flotó por el Coliseum Alfonso Pérez con una anécdota que protagonizó en el año 1971 durante el concierto benéfico para Bangladesh. Aquel año, el amigo de George Harrison y sus músicos recibieron un gran aplauso del público tras preparar sus instrumentos durante cinco minutos. «Si les gustó tanto nuestra afinación, espero que disfruten el concierto más», dijo divertido.
Algo más de 41 años después de aquello, el público del Getafe casi vivió una situación parecida durante la primera parte. No había músicos, eran jugadores, pero no recibieron aplausos porque durante 45 minutos intentaron afinar su juego sin conseguirlo. Fue un primer acto que se puede resumir en una palabra: aburrimiento.
Osasuna y Getafe intentaron controlar la pelota e intercambiaron el dominio del juego por fases. Pero lo hicieron sin demasiada intensidad, con una aparente falta de ganas, o, por lo menos, de ideas. Los datos finales, los que cuentan, los que divierten, así lo demuestran.
Apenas hubo dos disparos de Osasuna a portería, uno salvado por Moyá en un mano a mano frente a Nino y otro de Nano que se fue rozando el poste izquierdo del portero mallorquín. Enfrente, sólo Álvaro Vázquez acertó a tirar a puerta.
No hubo más, excepto ese disparo ya citado. Merece un comentario aparte. Representa el mal endémico del cuadro madrileño, el de los delanteros. Álvaro desaprovechó un gran pase de Abdel para fallar un mano a mano ante Andrés. Los delanteros azulones suman sólo un gol en la Liga BBVA.
Una cifra muy pobre, de las peores de Europa, pero que milagrosamente no afecta al Getafe asentado en los puestos altos de la tabla. Con ese fallo, los jugadores se marcharon al vestuario, entre pitidos, los que no recibió Ravi Shankar cuando afinó. El problema, es que ni Osasuna ni Getafe habían logrado llegar a ese estado de perfección. Ni se acercaron.
En las mismas continuaron a la vuelta de los vestuarios. Ni siquiera los cambios dieron efecto. Jaime Gavilán, Paco Alcácer y Diego Castro saltaron al campo para el Getafe. Marc Bertrán lo hizo para Osasuna y nada cambió. Pases atolondrados, descontrol en el centro del campo y ausencia de ocasiones resaltaron en el sopor.
Sólo una jugada aislada, tal vez casual, podía cambiar el devenir del duelo. Entonces, apareció Emiliano Armenteros para provocar su expulsión con una tarjeta roja directa tras una dura entrada sobre Juan Valera. Era el minuto 78 y el Getafe tenía doce para intentar romper el empate a cero.
Pero ocurrió lo contrario porque el fútbol es caprichoso. Mientras el equipo de Luis García seguía perdido pese a contar con un jugador más, Osasuna tuvo su ocasión para marcar. Lo hizo Enrique Sola, que se revolvió dentro del área para batir a Moyá.
Cuando se avecinaba un final trágico para el Getafe, incluso con gritos de un sector del público pidiendo la marcha de Luis García, apareció Diego Castro en el minuto 90 para marcar de penalti dudoso.
No hubo tiempo para más y llegó el final del partido. Una pitada sonó fuerte para los locales, que desafinó como los dos equipos durante toda la tarde. Todo lo contrario que Ravi Shankar. Jamás lo hizo ni en los cinco minutos anteriores a un concierto ni en las cuatro horas que podían durar sus recitales. Se retorció de dolor desde arriba, junto a su amigo George Harrison. Ellos sí que daban espectáculos.
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