Imagen de las fuerzas de seguridad en las calles de París. | TERESA SUAREZ

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Resulta difícil moverse por París -por donde te dejen, claro está- sin escuchar el ruido de una sirena. Sea de policía, bomberos, ambulancias... Que París está en estado de alerta lo sabemos todos, pero el constante y bombardeante estruendo es constante, permanente. Vayas por la autovía, rodando por una vía secundaria o cuando bajes al supermercado. Sea la hora que sea, a lo lejos de percibe ese impacto sonoro que resulta molesto más incluso cuando pasa frente a tí. Y no nos queda nada, porque esto apenas ha empezado y ni se ha inaugurado. La 'ciudad de la luz' me resulta más parecida ahora a la 'ciudad de las sirenas'.

Las comparaciones son odiosas. Siempre (o casi). Y hacerlo entre Tokio y París parece a primera vista que puede dejar en paños a los Juegos de la pandemia. Hasta el momento, todo lo contrario. Las quejas por el comedor, la distribución de la sala de prensa, el transporte olímpico y muchas otras cosas son el temita de conversación entre sede y sede. A organizados, a los japoneses cuesta enseñarles la rueda, incluso en inferioridad de condiciones.

El día -2 antes de ver a Marcus Cooper Walz portando la bandera en el Sena nos dejó otra entrega del serial Nadal-Alcaraz. Las dos grandes atracciones de la Villa, de los Juegos, del tenis, de París en definitiva, no tienen competencia. Y es normal, porque su sensatez y claridad a la hora de explicarse hacen más fácil de llevar la típica rueda de prensa previa. Ahora queda que empiece lo bueno. Y el espectáculo estará, seguro, en la pista... pero también en la grada. Al tiempo.