Porque los inicios de Adrián estuvieron marcados por la falta de instalaciones. Con Son Moix al descubierto durante casi siete años y Son Hugo utilizable a rachas, Donald Miranda, quien ha moldeado al primer saltador olímpico balear de la historia, ha obrado el milagro junto a Adri. Por el camino quedaron otros que lo probaron. Más lejos nos queda Julià Llinàs, el precursor en Mallorca. Después aparecieron Andreu Jaume o Xisca Bauzà, incluso parejo a Abadía Matthew Wade.
Todos sufrieron entrenar en precario, improvisando muchas veces, cogiendo aviones para buscar otras plataformas y trampolines fuera de la Isla, donde las dos instalaciones existentes no sumaban. Bajo el paraguas del CTEIB y del Club Saltos Mallorca, Adrián seguía creciendo, dando pasos, sabedor de que existía esa posibilidad.
Por el camino, títulos nacionales sin discusión y otros europeos júnior. Y unos Juegos Olímpicos de la Juventud (Buenos Aires 2018), tal vez una premonición. Mientras, en silencio, Adrián y Donald seguían a los suyo. Tras la pandemia, lo tuvieron cerca. Quintos en el Mundial de Fukuoka y a las puertas de Tokio, probando la experiencia americana en Louisiana State... La progresión era evidente desde el décimo de Budapest y el Mundial de Doha fue la confirmación.
La pareja formada junto al canario Nicolás García Boissier iba en progresión ascendente y llegó el campanazo. El golpe sobre la mesa. La recompensa a tantos años de esfuerzos y malos tragos. La medalla de bronce en el Mundial de Doha, la primera para los saltos españoles en sincronizado de 3 metros, daba a Adrián Abadía y su compañero el billete olímpico para París tras largos y duros meses de trabajo en Madrid. Sueño cumplido. Donald y Adrián habían alcanzado la meta, aquello por lo que tanto pelearon.
Ahora, ambos lo disfrutan. Se lo han ganado. Mucho que ganar y la opción de una medalla asoman en el horizonte (viernes 2, 11 horas, Centro Acuático de Saint Dennis). Final directa a 8 en la que China (Daoyi Long-Zongyuan Wang) tienen el oro, salvo sorpresa mayúscula, adjudicado. Ahí se abre un espacio en el que pueden colarse Adrián y Nico.
Los italianos Masaglia y Tocci -plata en Doha- y los mexicanos Celaya y Olvera se perfilan como las dos grandes amenazas, junto a los ucranianos Kolodiy y Konovalov. El bronce de Doha es toda una declaración de intenciones. Soñar es gratis y ellos se han ganado el derecho a hacerlo.
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