Augusto Fernández celebra el Mundial escoltado por su hermano y un amigo, disfrazados de conejos.

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Era un día histórico, un momento para disfrutar y eso lo sabía muy bien Augusto Fernández. La explosión de sensaciones al ver la bandera a cuadros en la carrera que le coronó como campeón del mundo de Moto2, en Cheste, se trasladó a la grada verde. Allí le esperaban sus amigos, lanzados contra la valla para poder estar cerca del piloto. En la pista, le esperaba su madre, Sara (una parte clave en la preparación mental del piloto), con el casco dorado de campeón del mundo. Le tocó cumplir con la tradición de prender la traca valenciana, lista para la ocasión. E incluso se marcó Augusto un baile con uno de los pirotécnicos.

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Por ahí aparecieron dos conejos. Mejor dicho, su hermano Álex y un amigo ataviados con disfraces de la mascota que Augusto, una idea que nació de un peluche que tenía de pequeño y que se ha quedado como emblema de AF37. Con la grada, comunión y eclosión de felicidad. Intentó trepar la valla y llegó a estar muy cerca de sus más incondicionales, de sus amigos y vecinos de Sencelles. Tras ello, tocaba regresar al parque cerrado y al podio. Pero tocaba un cambio de vestuario. Al casco dorado se unió un mono para la ocasión. Negro y con las letras de oro. Digno del momento y de la ocasión. Porque no todos los días se es campeón del mundo de motociclismo. Y por primera vez. En el podio, cava, sonrisas y felicidad. Mucha felicidad, como la que irradiaba el abrazo fuerte e interminable que le dio a su padre. El hombre que le traspasó la pasión por las motos a sus hijos. Protagonistas ambos en Cheste y una fiesta que tendrá continuidad en Mallorca.