Vivir en Melbourne Park es vivir intensamente. El primer Grand Slam
de la temporada acaba de levantar su circo y la ciudad rezuma tenis
por todos sus poros. Situado al suroeste de la capital, el complejo
consta de veintidós pistas que durante dos semanas darán cabida a
decenas de miles de visitantes.
El nivel de vida se encarece a medida que transcurre la jornada.
Las entradas son asequibles en los partidos de la mañana, pero el
precio se incrementa según cae el sol. No hace falta decir que en
las dos últimas jornadas, el tenis se convierte en un lujo para
privilegiados.
El Open de Australia es algo más que un gran evento. Hace falta
un acontecimiento de proporciones colosales para eclipsar al
cricket, el deporte nacional. El tenis lo hace estos días. El
estadio nacional de cricket, todo un mausoleo deportivo fundado en
1887, se convierte en testigo mudo del culto que los ciudadanos de
Melbourne rinden al juego de la raqueta durante estas dos
semanas.
Pero el Open de Australia no es sólo tenis. El espectáculo está
garantizado mucho antes de que empiece el juego con actuaciones de
todo tipo en todas las esquinas. Periodistas de los cinco
continentes cubren el evento aunque la organización no regala
precisamente el acceso (muchas acreditaciones son rechazadas). Es
el Open de Australia, algo más que un Grand Slam. Un espectáculo
abierto al mundo.
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