En el Inca nada es sagrado. Cualquiera tiene licencia para hablar y
cualquier problema doméstico "el tamaño es lo de menos" es aireado
con la misma naturalidad que se emite un comunicado de prensa. Todo
trasciende. Todo se sabe y bajo esta perspectiva a nadie le resulta
extraño que el conflicto Chambers sea de dominio público; un
argumento más para entablar tertulia en un bar de Es Raiguer. De
hecho, un club que después de cinco temporadas de estancia en el
baloncesto profesional es incapaz de aprender algo tan simple como
que los trapos sucios deben lavarse en casa, invita a cualquier
pérdida de respeto. Ante esta tesitura, alzar la cabeza y fijarse
en sus gobernantes es inevitable.
Jeff Chambers, consciente de que tomarse la licencia de
abandonar la expedición y diseñar un regreso a la Isla a su imagen
y semejanza sin la autorización del entrenador "ningún directivo
viajó a Badajoz, escenario del último partido del Drac Inca" puede
acarrearle más de un problema, atiende ahora atónito a la dimensión
que ha adquirido su falta de indisciplina, básicamente porque nunca
llegó a pensar que algún directivo manejaría el asunto con tantos
gramos de libertinaje. Aguijoneado por aspectos que nada tienen que
ver con el baloncesto, Jeff Chambers es ahora mismo un jugador
hundido anímicamente. Su rendimiento ha descendido de forma
alarmante en las últimas jornadas y ahora ha emborronado algo más
su hoja de servicios tirando de la indisciplina. El estadounidense
ha perdido casi todas las opciones de elaborar un pliego de
descargos porque ha transigido las normas que rigen a cualquier
equipo profesional "jugar mal siempre es comprensible", pero el
club también ha perdido cualquier autoridad moral para poder
sancionarle desde el momento que Joan Rubert, ex presidente de la
entidad y ahora vicepresidente de la junta gestora, aparece por una
emisora de radio y narra con todo lujo de detalles la vida y
milagros de Chambers. No se puede ser más inoportuno. El equipo
mallorquín lleva un buen puñado de semanas metido en problemas. El
déficit que ha acumulado en el segundo trayecto de la fase regular
es inmenso y mientras Olmos y algunos de los jugadores con más peso
específico en el vestuario reclaman unidad para agotar la crisis,
un directivo quiebra todos los códigos éticos habidos y por haber
sin mesurar que su línea de actuación sólo puede acarrear más
problemas.
Jeff Chambers será sancionado económicamente por «perderse» en
Badajoz, algo totalmente lógico y comprensible porque ha infringido
el reglamento de régimen interno que él mismo aceptó en los albores
de la competición, pero la cúpula regente ha dejado escapar una
nueva oportunidad para aproximarse algo más a lo que debe ser un
club de baloncesto profesional que tiene un plan y que aspira a
intentar dar un salto cualitativo. El entrenador del Inca, Paco
Olmos, tiene ahora algo más de trabajo. Debe resucitar a Chambers y
también intentar explicar al vestuario algo tan complejo como que
en este club nada es sagrado. Todo tiene un precio, todo es
mercancía, todo se vende. Hasta el alma.
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