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Existe un reguero de historias detrás de aquella maldita final, esa noche que pintaba mágica y que acabó con la Isla hecha trizas. Mena y Valerón unieron sus destinos en el naufragio del Atlético; Amato y Marcelino se han vuelto melancólicos por culpa de la lluvia británica; Engonga ha encontrado pluriempleo en la selección y Romero ha sido el último en reir con su fichaje por un equipo ganador de títulos mientras Cúper continua acariciándolos porque es Iván Campo quien reina en Europa. A Roa, en tanto no se concrete su retorno definitivo a la tierra, vale más dejarle al margen.

Todas esas historias volverán a hilvanarse en un mismo guión este domingo, dos años después de que el Mallorca viviera una de las jornadas más patéticas de su existencia a manos del Barcelona. Fue un espléndido encuentro al que le sobró ese reparto de premios tan absurdo. Y ese árbitro tan penoso. El injusto desenlace de aquel 29 de abril de 1998 ha imprimido un enorme significado a la final que enfrentará mañana en Valdepeñas a las divisiones juveniles de ambos clubes y no hay mejor categoría que ésta para ajustar cuentas tras la Copa birlada en Mestalla. Al fin y al cabo, todo se reduce a una cuestión de honor.

El Mallorca ha encomendado la reparación de la deuda a un grupo formidable. Después asomar la cabeza durante toda la pasada temporada como una sólida opción de futuro, el proyecto de Tomeu Llompart ha obtenido este año la cosecha que venía reclamando. Segundo clasificado en la liga regular "sólo superado por el Barcelona" y líder indiscutible "81 goles" en el capítulo realizador, el Mallorca juvenil ha trasladado a la Copa del Rey sus credenciales de equipazo dejando en la cuneta al Rayo Vallecano, Málaga y Athletic de Bilbao. Si una arrolladora campaña en la liga ha supuesto su total confirmación, la final de Copa es para el equipo un justo premio. Y mañana jugarán para cobrarlo.