Nuno Gomes y Luis Figo celebran el segundo gol de Portugal ante Turquía.

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Desde el respeto que infunde y proyecta la mejor selección del planeta, España parece tener claro que ha llegado el día y la hora de liquidar un asunto que desde hace varios años le mantiene en un escalafón inferior, lejos del entorno de los más grandes. Un tributo a la épica y a la heroicidad "el que protagonizó ante Yugoslavia" parece haber soslayado la enorme pobreza del juego que sirvió el equipo nacional en sus dos primeras actuaciones.

El guiño de Alfonso ha sido suficiente. Si el fútbol es esencialmente un estado de ánimo, nadie puede poner en entredicho la excitación que concentra ahora el equipo español, la que debe volcar esta noche ante la mejor selección del mundo: Francia. No obstante, cualquier análisis previo a la cita que acomodará a españoles o franceses en semifinales obliga a fijarse en la gran cantidad de talento que concentra el plantel de Roger Lemerre.

En cualquier comparación la escuadra de Camacho sale perdiendo. Francia ha forjado jugadores en las mejores ligas del mundo y tiene a figuras en todas sus líneas, incluso en el banquillo. Además, ha dejado las cosas claras desde el principio. Perdió ante Holanda, pero no ha titubeado y su discurso es altamente fiable. Entre tanto futbolista bueno, España lleva varios días prestándole una atención especial a un marsellés apellidado Zidane. Incomodar al jugador total es una obsesión pegada al partido.

Las opciones de alinear a Fernando Hierro parecen mínimas y Camacho tirará de nuevo del dúo Paco-Abelardo. La ausencia del madridista se antoja importante. Más allá del estado de forma y las diversas corrientes de opinión que pueda generar el juego de Hierro, ante un partido de este calibre, su oficio y capacidad de liderazgo son casi imprescindibles. Al igual que el factor Helguera. Su partido ante Yugoslavia fue excepcional y su presencia en el equipo titular, al igual que la de Sergi, parece segura.