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TXEMA GARCÍA - ROTTERDAM
Francia, aunque cuenta también con una gran defensa, basa su fútbol en el toque del balón y en el poder desequilibrante de sus estrellas en el ataque. Italia vuelve a ser el «catenaccio» en estado puro de siempre, el fútbol basado en una defensa poderosa y en aprovechar al máximo los contraataques o las jugadas a balón parado. Los galos miman el balón y han disfrutado de un 50 por ciento de posesión en sus partidos, mientras que los italianos lo desprecian y sólo lo quieren en momentos puntuales (son el peor equipo en media de posesión por partido, con un 41 por ciento).

Zidane, la gran estrella de Francia y que volverá a ser elegido, sin duda, como el mejor jugador del torneo, como ya sucedió en el Mundial de Francia 98, representa la belleza de la calidad técnica del fútbol. Henry es el otro gran hombre de Francia, un delantero rapidísimo, hábil y técnico que ha marcado tres goles (ante Dinamarca, la República Checa y Portugal), ha disparado 6 veces más a portería y fue el mejor del partido ante daneses y checos.

En el otro extremo de la balanza están Toldo y Nesta. El portero italiano fue el gran héroe de las semifinales, en las que les paró tres lanzamientos de penalti a los holandeses (1 a Frank de Boer durante el partido y, de nuevo, a Frank de Boer y a Bosvelt en la tanda final de desempate). El portero italiano, con sólo dos goles encajados en 450 minutos, entrará también sin duda en el once ideal del torneo, ha mostrado una gran seguridad y ha sabido resolver prácticamente todas las situaciones en los momentos de apuro que ha pasado, a menudo, Italia. El central Nesta es, por su parte, el defensa poderoso y a la vez elegante prácticamente imposible de superar, que le amargó la vida al holandés Patrick Kluivert en las semifinales, pese a que éste llegaba en pleno estado de forma tras marcarle tres goles a la selección de Yugoslavia.