Albert Orfila
Poco importa quien le mire a los ojos o quien se cruce en su camino. En plena cuenta atrás de la fase regular, justo cuando los errores multiplican su efecto, el Drac Inca es un equipo fracturado por todos los sitios, la proyección y resultado de un club que no sabe ni que hace ni hacia donde camina. Después de Melilla, un partido marcado en rojo y que acabó originando un movimiento sísmico con escasos precedentes, el diagnóstico es claro. Oliete maneja a un grupo de jugadores anímicamente hundidos y el futuro es incierto. Si el cuadro mallorquín llevaba demasiado tiempo moviéndose en terreno pantanoso, ayer empezó a hundirse en el fango.
El partido no dejó de ser otra carnicería más. Llegaba una escuadra que no había logrado nada interesante por las afueras de su centro de operaciones, pero encontró a un equipo que lo ha perdido casi todo y que ha reproducido todos sus defectos. En pleno proceso de deterioro, sólo el orgullo de Kenny Green y Alberto Alzamora evitó que el desastre hubiera alcanzado una mayor dimensión. Willy Villar, por ejemplo, ofreció otro repertorio vergonzante. Estuvo 25 minutos en pista. El problema no es lo que hizo mal, sino todo lo que dejó de hacer.
Sergi Grimau y Juan Miguel Navalón también son cómplices del esperpento. Su estadística fue una broma, aunque nadie podrá decir que dieron la espalda al partido. Ramón Bordas también personifica el estado de forma del equipo. Oliete decidió entregarle la dirección del equipo, pero también acabó siendo un fracaso. Ahora mismo, Bordas tampoco deja de ser otro jugador voluntarioso. Y eso no basta. Lázaro Borrell, el jugador sobre el que se han depositado casi todas las miradas y sobre el que parecen girar muchas propuestas de rehabilitación, se estrenó y ofreció un buen discurso. Sus trece primeros minutos fueron toda una demostracion de recursos ofensivos (13 puntos), pero acabó engullido por el desastre.
Con Rafa Monclova moviendo los hilos, el Melilla marcó la pauta durante todas las secuencias. En el primer cuarto tuvo en Earl a un jugador imparable dentro de la pintura y en el segundo encontró a Jesús Poves, quien acribilló al Inca desde el perímetro (5 de 6 en triples durante el primer tiempo). El cuadro local fue un manojo de nervios desde el inicio. Defendió mal y atacó peor. Resistió mientras Green tuvo gasolina, pero no hubo más. La zona que activó Josep Maria Izquierdo provocó un enorme cortocircuito y el encuentro se inclinó con violencia (31-43).
El Inca abrió el tercer cuarto con Villar, Navalón, Alzamora, Lázaro y Green, su mejor quinteto, pero cuando se dió cuenta y después de dos tiros libres anotados por Monclova ya se movía 18 puntos abajo en el marcador (41-59). Ya no había remedio. En el último cuarto se alcanzó el punto cero, fue cuando el equipo tocó fondo. El Melilla no quiso quitar el pie del acelerador y le endosó a su rival un parcial de 9-24 que acabó dando forma a una derrota humillante. La hinchada local no perdonó esta nueva ofensa y despidió al equipo con abucheos. El divorcio es evidente y el futuro desconcertante. Las series de ascenso son una quimera y el objetivo ha cambiado: salvar la categoría.
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