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FERNANDO FERNÀNDEZ Hay lugares en los que el balompié es algo más que un deporte. No es una forma de vida, es una expresión de la identidad propia de un pueblo, y por consiguiente de una institución. Ese sello define a la perfección a la Real Sociedad. A la vera de La Concha se han escrito algunas de las páginas más completas del fútbol español de los 80. En su momento, Atocha engendró escuadras de hemeroteca, pero la mudanza a Anoeta significó el encumbramiento del ariete en su máxima expresión.

Meho Kodro sentó cátedra en su momento y a bien seguro que el bosnio añora tardes de gloria en Donosti. Lo de Jankauskas fue pasajero. Precisamente, esa nostalgia fue la que devolvió a Darko Kovacevic al escenario en que presentó su repertorio al mundo. El talonario y la solera de la Juventus han pasado a un segundo plano. La niebla de Dell'Alpi no dejó ver al mejor Kovacevic, que decidió dejar plantada a una Vecchia Signora huérfana de su último gran ídolo, Zidane.

El objetivo de salvar a una Real mal acostumbrada desde la marcha del yugoslavo enterneció el corazón de un delantero balcánico por los cuatro costados. Su contudencia y calidad han dado alas al equipo y permiten soñar con un nuevo milagro. Tres goles y una bocanada de aire fresco a un vestuario conformista bajo la era Toshack es su aportación hasta el momento. Sin duda, el mejor traspaso ha acabado siendo la inversión más acertada.