El tenista de Las Vegas alimentó su leyenda, impasible frente a
la incipiente irrupción de los jóvenes valores estadounidenses y al
margen del intratable palmarés de su compatriota Pete Sampras.
Agassi incrementó su currículo en plena madurez para ponerse a la
altura de los mejores de siempre.
Pero el Abierto de Australia también terminó por inclinarse ante
el poder de las Williams. El único grande al margen de la
suficiencia de Serena y Venus sucumbió a la autoridad de las dos
mejores jugadoras del mundo, hasta ahora estrelladas en los cuartos
de final del torneo. La final, disputada bajo techo por el fuerte
calor que irrumpió sobre el Melbourne Park en las últimas jornadas
-sobrepasó los 44 grados- deparó una nueva victoria de la pequeña,
que acomodó sus triunfos entre los grandes hitos del tenis femenino
después de certificar en Australia la coronación de los cuatro
Grand Slam seguidos, aunque o en la misma temporada, algo que no
sucedía desde que la alemana Steffi Graf lo logró en 1991.
Momentos memorables
Pero las pistas del Abierto australiano deparó momentos memorables.
El más significativo, los que aglutinó el encuentro de cuartos de
final entre el estadounidense Andy Roddick y el marroquí Yunes el
Ainaui, que consumió los cinco sets y que no se resolvió hasta el
juego cuarenta de la quinta manga (21-19). El enfrentamiento, que
culminó con ambos tenistas abrazados sobre la red del Rod Laver
Arena después de cinco horas de lucha, ha sido el más largo en
número de sets de todos los disputados en el cuadro individual
masculino en la historia del Grand Slam y el que ha aglutinado un
mayor número de juegos desde la implantación del «tie break».
El marroquí fue una de las sensaciones del torneo tanto por su
juego como por su personalidad. El público australiano entendió su
carácter afable y la accesibilidad del africano, a pesar de
frustrar las ilusiones de los aficionados con su triunfo ante
Lleyton Hewitt que convirtió a los locales en víctimas una vez más
de la decepción, después de cumplir veintisiete años sin presenciar
en casa la victoria de un jugador «aussie».
La presencia de Martina Navratilova encendió los legendarios
recuerdos del universo que rodea una raqueta. Las piernas de la
jugadora, de 46 años, aglutinan más vivencias que cualquier museo.
Irrumpió en el Melbourne Park como un privilegio histórico y se
marchó como lo que fue, una ganadora después de adjudicarse junto
al indio Leander Paes el torneo de dobles mixtos.
El maleficio que históricamente padece el tenis español en las
pistas de Melbourne, única estancia del Grand Slam que resiste a
los éxitos de la Armada, ha prolongado su leyenda en la edición del
2003 a pesar del entusiasmo expuesto por Juan Carlos Ferrero y
Virginia Ruano, los más esforzados en saldar esta cuenta
pendiente.
El valenciano y la madrileña devolvieron a los jugadores de
España hacia los cuartos de final después de que hace un año la
cuarta ronda marcara el tope competitivo que alcanzó Albert Costa.
El incombustible sudafricano Wayne Ferreira se interpuso en el
camino del tenista de Onteniente, advertido por nivel de juego y
ubicación mundial entre los cuatro presumibles finalistas.
El papel de Ferrero, de largo el mejor de su carrera en
Australia y la resurrección tenística Félix Mantilla, que alcanzó
los octavos donde cayó ante el francés Sebastien Grosjean después
de disfrutar de dos sets de ventaja, sobresalió del resto de los
dieciséis jugadores españoles repartidos por el cuadro
masculino.
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