El Mallorca desaprovechó una buena ocasión para acercarse a la
tierra prometida. Intentó morir matando, en terreno enemigo y
rociando el césped de la dignidad que reclamaba la grada. Incluso
hubo ratos de fútbol en el primer acto, el mejor de los últimos
tiempos. Una actitud digna y encomiable. Pero su intento por
monopolizar control y balón se estrelló ante una desoladora falta
de profundidad y remate. El Valencia, en cambio, salió de Son Moix
con vida en medio de graves problemas de elaboración. Los efectos
del empate se multiplicaron por la derrota del Racing ante el
Athletic, un tropiezo que acerca a nueve puntos el milagro a falta
de seis jornadas para el final y que mantiene entreabierta la
puerta de la esperanza (0-0).
El Mallorca salió valiente y torero. Olvidó defectos de equipo
pequeño y quiso morir de pie, con dignidad. Intentó jugar en campo
contrario, domesticar el balón y hurtárselo al Valencia. Cúper fijó
a Felipe Melo junto a Farinós y el brasileño se comportó con
sorprendente soltura. Pidió turno desde el comienzo, se ofreció al
compañero en apuros, se desmelenó en terreno enemigo, a veces sin
echar el freno, y se fajó con el cuchillo entre los dientes en la
sala de máquinas. Todo un descubrimiento. Campano y Tuni abrieron
las orillas y Víctor perforó la zaga ché con sus desmarques de
ruptura, una movilidad notable y frescura. Todo lo hizo
bien...menos en el remate. Cuando vio de cerca a Cañizares, se le
nubló la vista. Pero su estreno invita al optimismo.
Se notaron otras vibraciones en torno al Mallorca. El grupo
conectó con fluidez, los jugadores fueron cómplices y amigos en
medio de la trinchera foránea, encararon, inventaron y
convencieron. Se enchufaron al partido desde el primer minuto y no
abandonaron la frontera del peligro en cada aproximación a
Cañizares. Víctor avisó de inmediato. El delantero de Algaida se
encontró de repente, casi sin querer, con una oportunidad tan
diáfana como inesperada. Luis García le entregó en bandeja el gol
con un toque suave de testa y a Víctor se le cerró la persiana en
el peor momento, a unos metros de Cañizares. Pensó un segundo y
cuando quiso rematar Ayala ya le había robado el balón y la
cartera.
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