España salió a la segunda final de su historia después de ganar el oro ante Francia en Peruggia 93, también en Italia, con síntomas de agarrotamiento. Rusia apareció con el aplomo de los equipos habituados a moverse en citas de trascendencia, con más centímetros y mejor palmarés, aunque eso, al lado del asunto de la altura, poco o nada iba a contar.
Las españolas jugaron sus bazas y resucitaron la incertidumbre, buscaron el milagro (65-69 a 32 segundos) y lo rozaron. Nadie habría apostado por ellas en el descanso. Sólo ellas mismas. Como siempre han hecho. Por eso han ganado la plata y un sitio en el torneo para buscar pasaje hacia los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Allí espera ya la formación rusa.
La selección de Evaristo Pérez, por esa cuestión de tamaño, que suple con arrestos, inteligencia y ambición para llegar tan lejos como lo hace en los últimos años, tiene un límite en el que aparecen bloques físicamente tan poderosos como el ruso en Europa o Estados Unidos en otras competiciones. Ayer volvió a ser demasiado.
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