Ariel Ibagaza y Juan Arango celebran uno de los tantos conseguidos ayer por el conjunto de Gregorio Manzano. Foto: MONSERRAT

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La versión 2007-08 del Mallorca presenta defectos, pero también muchas salidas de emergencia. Los de Manzano son irregulares, se atascan con facilidad y cojean en varias zonas del campo, pero llenan esos agujeros a base de fe, casta y arrojo. No importa cuánto se distancie el rival, ni el tamaño real de sus opciones. El equipo ha aprendido a creer en sí mismo y ha quemado la bandera blanca que exhibía cada vez que el guión le daba la espalda.

Si algo ha demostrado hasta ahora el conjunto insular, es que necesita estímulos para activarse. Ayer, salió al campo alicaído y recibió el justo castigo de un Getafe tan vistoso como blando. El equipo azulón marcó rápidamente su terreno y cuando cogió los hilos del enfrentamiento fue manejando la cita a su antojo. Con un poco de suerte, los hombres de Laudrup podrían haber despachado al Mallorca en el mismo descanso, ya que la escuadra local no era más que un juguete roto de cintura para abajo. No obstante, el Eurogeta volvió a coger impulso en el segundo tiempo y se rebeló con uno de esos tantos que mandan al oponente directamente a la lona. El once local se puso en pie y volvió a alzar la mirada, pero Pereyra se empeñó en mantener elevado el promedio de expulsiones de la plantilla y dejó de nuevo al grupo sobre el alambre.

Entonces apareció Arango. El centrocampista (sus números como delantero no le avalan), que hace poco cargaba contra la grada y se negaba a celebrar los goles que anotaba, volvió justo a tiempo para cargarse el vestuario a la espalda y justificar, ahora sí, el rango que le concedió el club cuando optó por renovarle. Gustaron mucho sus goles, pero agradó aún más su actitud, su implicación, su sangre. Festejó la victoria, dedicó sus arponazos y se marchará esta semana a su país convertido otra vez en una pieza imprescindible para que triunfe el plan Manzano. Es la mejor noticia que podía producirse entre los muros del ONO Estadi.

El Mallorca ha dado un paso importantísimo y de una sola tacada, ha restañado las heridas que le produjo el Betis y ha protegido su moral con una dura coraza que debería servirle, como mínimo, para las próximas semanas. Ahora no vale viajar a Huelva sin tensión, ni conformarse con la séptima plaza que ocupa. El parón liguero que congelará el campeonato hasta el próximo día 21 tendría que ser utilizado para reforzar la credibilidad obtenida y seguir quemando etapas.

Otro de los puntos de reforma es la fragilidad defensiva. El Mallorca ha pasado de ser uno de los conjuntos más solventes atrás a desmoronarse como un castillo de naipes cada vez que alguien le aprieta las tuercas. De todas formas, poco importa eso si después es capaz de responder como lo hace últimamente.