Fernando Navarro entra a Jesús Navas durante el partido de ayer. Foto: MONSERRAT.

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Se acabó. El último sueño del Mallorca, la ilusión de volver a desfilar sobre la pasarela europea, se derritió ayer entre la hierba del ONO Estadi. Despojado de su faro en ataque (Ibagaza) y de uno de sus pilares más macizos en defensa (Ramis), el equipo de Manzano no superó la prueba definitiva y tendrá que esperar a la temporada que viene para actualizar su muestrario de pretensiones. El Sevilla, sin ser el conjunto abrumador de hace sólo unos meses, volvió a expandirse a su paso por la Isla y se fue a casa con los bolsillos llenos después de quitarle a la grada el caramelo que iba a saborear de aquí a final de campaña. Ahora ya no hay salidas. Sobre todo, porque quedan seis partidos por delante y muy pocas referencias (2-3).

No fue un partido bonito. Ni siquiera emocionante. Entre uno y otro retrasaron el inicio real del combate y el encuentro no se abrió hasta que empezaron a sucederse los errores. Hasta entonces, el Mallorca lo probaba sin demasiada fortuna y el Sevilla esperaba su turno, consciente de que encontraría algún agujero. Si en la esquina local Manzano había elaborado su once con lo mejor que tenía sobre la mesa, en la visitante Jiménez se había atrevido a innovar su receta, probablemente arriesgando demasiado. Dejó a Kanouté y a Poulsen en el banco, pero a cambio forró de músculo el centro del campo. Situó al gigante Fazio junto al africano Keita y entre los dos anegaron la sala de máquinas mallorquinista. Borja Valero, que tenía que sustituir a Ibagaza en las tareas de suministro, se movía con una brújula estropeada y aunque Varela y Jonás apretaban por los costados, el equipo nunca llegaba a los alrededores de Palop con demasiada convicción. Aun así, arrancó alguna que otra ocasión apoyado en la visión de Arango, que en cualquier caso fue menguando a medida que avanzaba el crono. Además, la pólvora de Güiza seguía húmeda, lo que dificultaba todavía más la ascensión. Así, el primer acto del choque se escenificaba sin el más mínimo sobresalto, sin una sola pizca de pimienta que añadirle al juego, sin un solo dulce que llevarse a la boca. O eso parecía. Faltaban tres minutos para que sonara por primera vez la campana y entre la monotonía se encendió la luz que buscaba el cuadro hispalense. Moyà, el mismo portero que ha sostenido al grupo con sus guantes en los puntos negros del torneo, se equivocó cuando intentaba cazar un balón sin maldad y le regaló a Renato un gol que ni siquiera él esperaba. Un misil que impactó de lleno en la línea de flotación balear y que puso fin a la siesta del perezoso conjunto nervionense (minuto 42). Paisaje desolador
El gol, que pudo ser cualquier cosa menos justo, dibujó un paisaje terrible para los insulares, que ya se imaginaban lo peor. Además, el entrenador sevillista aprovechó el descanso para reformar su propuesta y se sumergió en el segundo tiempo con Kanouté sobre el campo y la autoestima totalmente blindada. El asunto tenía mala pinta, pero el cielo volvió a abrirse en el momento menos esperado. El Mallorca arañó un saque de esquina mientras se reincorporaba al partido y lo exprimió con mucha cabeza. Balón a la olla, error de Fazio, rechace de Palop y flechazo de Güiza. Así de simple. Así de contundente (minuto 46).

Con el empate en la mano y media tarde en el horizonte, el Mallorca y el partido volvían a reinventarse. El color y las sensaciones eran muy diferentes, aunque se seguía echando en falta un salto de calidad, un argumento sobre el que sustentar la ambición. Y mientras los bermellones lo buscaban, el Sevilla seguía desarrollándose. Jimenéz completó la doble K apostando por el marfileño Koné y los movimientos salpicaron también al centro del campo. En cualquier caso, el peligro no estaba ahí. La verdadera amenaza del Mallorca era el otro cincuenta por ciento de la dupla ofensiva. Kanouté había empezado a levantar el campamento en el área de Moyà y cada vez que se acercaba al balón el riesgo se multiplicaba. Hizo que el sistema de seguridad rojillo saltara por los aires en unos minutos y comenzó a prepararse el terreno. Primero estampó un balón contra el palo tras un remate firme y seco (minuto 60) y justo después, sin tiempo para superar el susto (minuto 66), puso al anfitrión boca abajo en una jugada maldita, otra pesadilla a balón parado. Se elevó por encima de su marcador entre una nube de cabezas y quebró el partido con un cómodo testarazo que ya resultaría definitivo.

Más problemas
La aparición de Kanouté provocó un corte de digestión en las filas locales. Moyà tuvo que intervenir para evitar la sentencia a disparo de Navas (minuto 69) y Nunes abortó luego (minuto 75) el doblete del revulsivo malí con un cruce salvador que únicamente ayudó a prolongar el suspense del marcador y la esperanza del público. De hecho, sólo hizo falta un minuto para que Alves encendiera la traca definitiva. El que ha sido catalogado como mejor lateral del mundo había vivido casi todo el partido encerrado en su parcela, pero se rebeló con un zurdazo sublime y bajó la persiana.

La distancia era sideral y Manzano, que ya había lanzado una apuesta por Webó, se pronunció después con dos sustituciones (Tuni por Jonás y Trejo por Güiza) que en ningún caso contaron con el respaldo de la tribuna. El equipo se volcó en busca de un imposible y se lavó la cara con un tanto que sólo ayudó a incrementar los decibelios. El Sevilla le había hecho un nudo al triunfo y a su vez, había cerrado todas las puertas que conducen a Europa. Sólo queda mejorar los números de hace un año. Otra vez será.