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Fernando Fernández / Albert Orfila Cuando el nombre del Palma Arena salta a la palestra, la polémica se apropia de la conversación. La polémica convive con un velódromo de vanguardia convertido en una instalación más popular por su sobrecoste y las sospechas que giran en torno a la misma, que por su historial deportivo. Para revertir esa idea, la Conselleria d'Esports i Joventut, titular del recinto, se ha propuesto sacar el máximo partido de un escenario de última generación que empieza a cobrar forma tras varios meses de trabajo. Ése es el tiempo que ha pasado desde el descubrimiento por parte de Mateu Cañellas y su equipo de una obra faraónica y en estado de abandono. Goteras, humedades, suciedad, defectos de construcción, grietas y zonas en las que los acabados eran nulos era el panorama que ofrecía un Arena al que a día de hoy le falta por activar la adecuación del edficio norte, en estado virgen y llamado a acoger la residencia y el CAR de ciclismo en pista. Todo, a la espera del final de obra, cuya llegada se antoja inmimente y depende de la certificación del Consell. Y eso, sin contar con los defectos que se adivinan en la pista de ciclismo. El edificio sur, del que únicamente la Zona VIP "provisional enclave del Gabinete del conseller" estaba habilitada, está sufriendo una enorme metamorfosis. El Govern invertirá 600.000 euros en su acabado definitivo. Joventut ya ha aterrizado. Esports lo hará en breve, y más tarde lo harán federaciones. Se busca optimizar espacios y costes, aprovechar la luz y rentabilizar una inversión multimillonaria que pasará, en cuestión de meses, de la penumbra a ser el epicentro del deporte balear.