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29 de abril de 1998, estadio de Mestalla. El Mallorca, arropado desde las gradas por quince mil aficionados, se presenta a la segunda final de Copa de Rey de su historia. Enfrente está el Barcelona, un equipo necesitado de alegrías que acude a la cita para defender el título conquistado un año antes bajo la dirección técnica de Bobby Robson. Louis Van Gaal, que a principios de esa misma temporada ha cedido la Supercopa al Madrid, busca su primer trofeo como azulgrana con la ayuda de un ejército en el que sobresalen Luis Enrique, Figo, Rivaldo o el propio Miquel Àngel Nadal. Los baleares, con Cúper al mando de las operaciones, redactan una actuación gloriosa, probablemente la más épica de su existencia. Pero después de ciento veinte minutos de heroicidad y una tanda de penaltis agónica, acaban doblando la rodilla y llenando de lágrimas la alfombra del antiguo Luis Casanova. Ese partido, que se sigue repitiendo en la mente de todos los mallorquinistas, marcó un punto de inflexión en la vida de club. Y desde entonces, rojillos y azulgranas no han vuelto a encontrarse en el torneo del KO. Por eso, el partido de hoy es, si cabe, un poco más especial. Huele a revancha.

La mítica final de Mestalla le dio lustre a la imagen del Mallorca, que hasta unos meses antes de aquella velada había pasado cinco temporadas deambulando por las cavernas de la Segunda División. En la Copa, siguiendo el guión que le inspiró en la Liga, se cobró cinco víctimas (Sóller, Las Palmas, Celta, Athletic y Alavés) y se asomó a la gran final con el depósito cargado y el aliento de una hinchada que agotó los medios que tenía a su alcance para participar en la fiesta.

Futbolísticamente, el encuentro contó con todo lo que se le puede pedir a una gran final. El Mallorca acudió a la batalla con un once formado por Roa, Olaizola, Marcelino, Iván Campo, Romero, Engonga, Mena, Valerón, Stankovic, Amato y Ezquerro, a los que sumarían después Eskurza, Soler e Iván Rocha. Mientras tanto, en la orilla rival se situaban Hesp, Ferrer, Bogarde, Nadal, Reiziger, Celades, Luis Enrique, Giovanni, Figo, Anderson y Rivaldo.

El Mallorca empezó mandando. A los seis minutos, Stankovic culminó una deliciosa jugada de Amato y provocó el estallido de una mitad del estadio. Sin embargo, el Barça lo igualó todo en el segundo tiempo (minuto 65) gracias a la puntería de Rivaldo y le abrió la puerta a la prórroga. En cualquier caso, el partido se había ensuciado para los isleños tras las expulsiones promovidas por Daudén Ibáñez (echó a Mena en el minuto 80 y Romero en el 92) y los problemas físicos de Amato y Stankovic, que cerraron el duelo cojeando.

El suspense se alargó después desde los once metros. Mientras las gradas contenían la respiración, Roa se ganaba un espacio perpetuo en el corazón del mallorquinismo y detenía los lanzamientos de Rivaldo, Celades y Figo. La situación llegó a ser tan favorable a los rojillos, que le dejó a un gol de la gloria. Pero Stanko, el héroe que había abierto el marcador, lanzó el balón fuera. Hesp, deteniendo el posterior disparo de Eskurza, hizo el resto.

El Mallorca no desinfectó las heridas de esa derrota hasta el año 2003 y ahora, pese a su delicada situación en el campeonato de Liga, quiere devolverle el golpe al Barcelona. Parece que ha llegado la hora de la venganza.