Andrés Iniesta celebra el decisivo gol conseguido en Stamford Bridge junto a Bojan Krkic. Foto: FELIPE TRUEBA/EFE

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Ginés MuñozLONDRES

El Barça estará en la final de Roma. Andrés Iniesta compró a su equipo un billete para la ciudad eterna en el descuento -cuando los azulgranas jugaban con un hombre menos- y empató un partido (1-1) que estaba prácticamente perdido. Hasta entonces, el Barcelona, maniatado por el juego físico del Chelsea, no había chutado ni una sola vez entre los tres palos de la portería defendida por Petr Cech. Fue Iniesta, el hombre más peligroso de los azulgranas durante todo el partido quien, en el minuto 93, recogió un pase de Messi y lanzó un tremendo zapatazo que se colocó por la escuadra y resucitó a un equipo que ya estaba muerto.

Había mucha expectación por saber si el Chelsea se atrevería a repetir, ante su afición, el planteamiento ultradefensivo que exhibió en el Camp Nou. Y lo hizo. Nada que reprocharle. Al Barça, si le juegas de tú a tú, te mata, y el Real Madrid pudo comprobarlo hace cuatro días en el Bernabéu. Hiddink pareció tomar buena nota de ello. Volvió a renunciar al balón y conminó a su equipo a vivir agazapado atrás en busca de alguna contra letal, un balón colgado al musculoso Drogba o un rechace en segunda jugada.

Y la primera que tuvo, la enchufó. Una obús de Essien desde la frontal, que enganchó de volea un balón rebotado, a los nueve minutos de juego, que se coló por la escuadra derecha de Valdés después de pegar en el travesaño (1-0). El partido acababa de empezar y el conjunto inglés ya lo tenía justo donde quería: con el marcador a favor, el rival obligado a volcarse en ataque y un montón de espacios para sentenciar la eliminatoria a la contra.

Mientras, el Barca tocaba y tocaba, con constantes intercambios de posición de los tres de arriba -Messi, Iniesta y Etoo-, pero obsesionado en entrar por el centro y hasta la cocina con el balón controlado, un mal endémico del conjunto azulgrana que ya parecía olvidado. A punto estuvo Drogba de hacer el segundo, primero en un mano a mano con Valdés, y después en un lanzamiento escorado de falta que el meta azulgrana logró desviar con la rodilla. Lampard también tuvo la suya a la salida de un córner, y el Barcelona sufría en exceso con los balones aéreos, pese a que Guardiola apostó por suplir la baja de Puyol y Márquez en el eje de la zaga colocando a Touré como pareja de Piqué, precisamente para ganar presencia por alto. Ni un sola vez inquietó el Barca a Cech en la primera mitad, pese a que era el único equipo que proponía juego, el que construía en lugar de destruir y el que se erigía en el dueño del esférico. Tres disparos lejanos de Iniesta, Alves y Xavi fue toda la amenaza visitante antes del descanso.

La previsible táctica de los blues tuvo su prolongación tras la reanudación. Los azulgranas pusieron más ritmo al partido, y el Chelsea aún más ímpetu en la interrupción constante del juego.

Pero por mucho que el Barca lo intentaba, no había manera de perfora la muralla azul, y el Chelsea, casi sin proponérselo, era el que llegaba con más peligro a la portería de Valdés. Drogba tuvo un nuevo mano a mano con el meta azulgrana y Frank Lampard lo volvió a probar en un tiro cruzado.

El colegiado Tom Henning puso la puntilla al conjunto visitante al expulsar a Abidal por un piscinazo de Anelka a 25 minutos del final de partido. Ni siquiera entonces, el Chelsea tuvo reparos en dejar que su rival siguiera llevando la iniciativa del juego. Henning aplicó la ley de la compensación al no señalar unas claras manos de Piqué dentro del área y dejó que el Barcelona siguiera vivo hasta el final.

Tan vivo, que en la última llegada, en la última aproximación a Cech, en el último empujón del partido, Iniesta dejó mudo Stamford Bridge con un golazo que hizo justicia y que mete al Barcelona en la final de la Copa de Europa. En Roma, espera el Manchester United.