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La presión no le benefició a Andy Murray, que rompió en pedazos el corazón de los británicos tras claudicar en Wimbledon ante el saque arrollador de Andy Roddick (6-4, 4-6, 7-6(7) y 7-6(5)), un rival que recurrió a su mejor versión para medirse en otra final a Roger Federer.

El suizo, que se impuso a Tommy Haas (7-6 (7-3), 7-5 y 6-3), busca volver a escribir su nombre en la historia de este deporte, en la que será su séptima final y con la posibilidad de recuperar el número uno mundial.

En la «Catedral» no cabía ni un alfiler para ver el «Andy vs Andy». Una afición volcada que animó hasta desgañitarse al gran valor nacional; un Murray que ha soportado una pesada losa mediática.

El escocés lleva una quincena manteniendo en solitario la fe de toda una nación que suspira por ver a un británico alzar el trofeo de esta competición, algo que no consiguen desde que lo hiciera Fred Perry en 1936.

El sueño no se cumplió. Murray corrió a todas las bolas antes de rendirse, agotado, frustrado, resignado, ante la sexta mejor raqueta del mundo. El estadounidense admitía luego que Murray -que logró nada menos que 76 puntos ganadores- el hecho de que el escocés tuviera sobre sus hombros «toda la presión» le ayudó.