Thomas Voeckler, el «principito» del ciclismo francés que vistió diez días de amarillo en 2004, ganó en solitario la quinta etapa del Tour disputada entre Cap D'Adge y Perpignan, de 196 kilómetros, en la que los equipos de los esprinters llegaron tarde a la hora de anular la fuga del día y el suizo Fabian Cancellara mantuvo el maillot amarillo. Voeckler se subió esta vez al tren bueno para estrenar su palmarés en el Tour, no sin antes aguantar una larga fuga con cinco aventureros más y en solitario los 3 últimos kilómetros, con el mérito de no dejarse alcanzar por un pelotón voraz en el que el Columbia buscaba la tercera victoria de Mark Cavendish.
El corredor del Bouygues apostó todo al número de la victoria y ganó la etapa de su vida, en su carrera del alma, la misma que le ofreció el maillot amarillo durante diez días, pero sin levantar los brazos una sola vez. El sueño se materializó en Perpignan. Y tuvo tiempo para el deleite en medio de la locura de sus compatriotas, ávidos de triunfos. Entró exultante con un tiempo de 4:29:35. Los demás componentes de la escapada que se fraguó poco después de la salida de la ciudad volcánica de Cap D'Adge, la «perla negra del Mediterráneo», según dijo Marco Polo, fueron cazados a un paso de la línea. Aún pudo el ruso Ignatiev (Katusha) darse el gustazo de ser segundo y relegar a Mark Cavendish al tercer puesto, que dio tiempo al pelotón a 7 segundos. Con todos los favoritos en el grupo la general no sufrió cambios y Cancellara saldrá en la etapa española Girona-Barcelona con el maillot amarillo. Armstrong le pisa los talones al suizo desde la segunda plaza, con el mismo tiempo y Alberto Contador se mantuvo tercero a diecinueve segundos. La llegada victoriosa parecía surrealismo puro, pero se produjo un ligero parón en la persecución y se cumplió el sueño de Voeckler, inspirado en Perpignan. En la recta de llegada le vino la inspiración para firmar su mejor cuadro como profesional, algo así como le sucedía a Salvador Dalí en la estación de tren de esta localidad, donde se le ocurrían «las mejores ideas del mundo». Esta vez soñó despierto un voluntarioso ciclista francés. No muy lejos de allí.
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