Un momento del acto de clausura de los Juegos de Sochi. | Reuters

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El presidente ruso, Vladímir Putin, acaparó todos los honores durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi, ya que, pese a los malos augurios, fueron un éxito organizativo y se saldaron sin controversias extradeportivas.

Putin no subió ni una sola vez al podio para recoger una medalla, pero fue la gran figura de los Juegos, como se pudo ver durante sus visitas a las sedes de las diferentes delegaciones, en particular la de Estados Unidos y Canadá, donde fue recibido con vítores.

Por si fuera poco, contra todo pronóstico, Rusia encabezó el medallero con 32 metales, 13 de oro, 11 de plata y 9 de bronce, el doble que en Vancouver (15), que fue el punto más bajo del deporte invernal ruso.

Al triunfo ruso contribuyeron dos deportistas nacidos en Corea del Sur, Víctor An, y Estados Unidos, Vic Wilde, que se colgaron tres oros el primero y dos el segundo en patinaje de velocidad y snowboard, respectivamente.

Sus historias en un país poco dado a conceder ciudadanías por motivos deportivos, son una demostración de que Putin no estaba dispuesto a escatimar ningún esfuerzo con tal de garantizar el éxito de los Juegos, los más caros de la historia.

An, triple campeón olímpico en Turín (2006), se rompió la rodilla en 2008, lesión que estuvo a punto de acabar con su carrera, pero tras ser descartado por su propia país, decidió probar suerte en Rusia, a la que regaló tres oros en Sochi.

El caso del norteamericano Wilde es aún más inspirador, ya que fue el amor a una colega de profesión, Aliona Zavarzina, la que le llevó a solicitar el pasaporte ruso en 2011 y tres años después subir a los más alto del podio en dos ocasiones.

La única mancha deportiva para el país anfitrión fue el hockey sobre hielo, decepción que quedó marcada a sangre y fuego en el compungido rostro de Putin en las gradas tras caer ante Finlandia en los cuartos de final.

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Las altas temperaturas de Sochi también causaron algunos problemas, ya que trajeron consigo la niebla y la falta de visibilidad, lo que obligó a aplazar algunas competiciones, pero sin llegar a alterar el calendario olímpico.

No obstante, el líder ruso puede estar de enhorabuena, ya que las extraordinarias medidas de seguridad abortaron no sólo los atentados terroristas, sino también cualquier protesta antigubernamental que empañara los Juegos.

A fe que algunos lo intentaron, como las famosas integrantes del grupo punk Pussy Riot, Nadezhda Tolokónnikova y María Aliójina, que intentaron escenificar otra plegaria punk: «Putin nos enseñará a amar a la patria».

En varias ocasiones, intentaron atraer atención mediática a sus demandas, pero, aunque fueron detenidas e incluso atacadas por los cosacos, los medios internacionales estaban centrados en la competición, lo que acalló sus protestas.

El que sí logró salpicar la imagen impoluta de Sochi fue la condena a tres años de cárcel del ecologista, Yevgueni Vitishko, quien hizo una pintada en la presunta dacha del gobernador de la región de Krasnodar por la ilegal tala de árboles protegidos.

Pocos recuerdan que los Juegos estuvieron precedidos de un aluvión de críticas contra la discriminación de los homosexuales, lo que llevó a algunos políticos, activistas e intelectuales a llamar al boicot, aunque sin éxito.

Ningún deportista llegó finalmente a saltarse las reglas del COI, que había advertido contra las acciones de activismo político, y ni siquiera hay que destacar gesto alguno con el arco iris, símbolo del movimiento homosexual.

La única excepción fue la exdiputada italiana Vladímir Luxuria, conocida defensora de los derechos de los transexuales, que se paseó por el parque olímpico vestida de arco iris y con una gran peluca mientras gritaba «Ser gay es ok»